A finales de 1915, Albert Einstein impartió varias conferencias en la Academia Prusiana de las Ciencias, en las que esbozó su teoría de la relatividad general. En su última conferencia, Einstein presentó la que hoy es considerada la ecuación que lo engloba todo: su archiconocida E = mc2, que reemplaza la ley que se le ocurrió al señor Newton cuando una manzana caída sobre su cabeza le despertó de una reparadora siesta a la sombra de un manzano. Recurriendo exclusivamente a razonamientos y deducción matemática, y sin contar con base experimental alguna, más allá de experimentos hipotéticos, Einstein concluyó que la gravedad no es una fuerza o acción a distancia, como la definió Newton, sino una consecuencia directa de la curvatura del espacio-tiempo, lo que sentó las bases para entender las características generales del Universo y permitir la expansión de la cosmología. La influencia de la teoría de relatividad general de Einstein ha sido tan extraordinaria que afectó a nuestra forma de entenderlo todo. Aunque la ecuación E = mc2 es muy simple, en ella habita lo complejo: desde las semillas del holocausto nuclear hasta los límites de la velocidad de la luz. Simple y compleja, la relatividad no se entiende sin esfuerzo: me sé de uno que lleva años intentándolo. De hecho, la mayor parte de los no entendidos consideran que lo que viene a explicar Einstein es que en el universo todo es relativo, cuando más bien -al unificar la física gravitacional y el electromagnetismo- enunció justo lo contrario.

Algunos de nuestros políticos se han convertido en expertos en la interpretación de la relatividad (en su sentido más erróneo). La señora Dávila, por ejemplo, le pidió ayer al viceconsejero Javier Armas que se comiera él solito el marrón de explicarnos que tampoco es para tanto que Montoro haya decidido recortar las entregas a cuenta del sistema de financiación autonómica para 2018, porque "solo" nos afecta en 186 millones. Esa decisión no tendrá mucho impacto en las Islas "porque el presupuesto autonómico se ha elaborado con criterios de prudencia", dijo el viceconsejero. Como ven, aquí el efecto de los millones es muy relativo: hace unos meses, 200 millones de euros más en la financiación a Canarias (fruto de la habilidad negociadora del Ejecutivo) eran "vitales" para hacer frente a las necesidades isleñas en esto o aquello. Hoy perder 200 kilos en la financiación es apenas un ligero contratiempo que puede resolverse gracias a lo prudente que ha sido el Gobierno de Clavijo al elaborar sus cuentas?

Lo cierto es que 200 millones de menos tienen el mismo efecto negativo que positivo tienen 200 millones de más. Con esos 200 millones se podrían financiar seis planes y medio contra la pobreza o el coste de mil (sí, mil) iniciativas tan morrocotudamente transformadoras (es ironía) como la exención del IGIC a las compresas y tampones. Por un desacuerdo en los costes de la Sanidad canaria, justo por esos 200 kilos tan relativos, se rompió hace ahora un año el Gobierno de Coalición y el PSOE, y esta legislatura se convirtió en la más inútilmente crispada de la historia de Canarias.

200 millones de euros son muchísimo dinero. Y eso no puede ser relativo. Lo que hay que esperar y desear es que se aprueben los presupuestos del Estado para 2018 y el dinero llegue. Y mientras, no hacer teatrillo de sombras con los números. Si el Gobierno regional tiene problemas con sus cuentas, debería aplicarse otra genialidad de Einstein, la que le obsequió a una niña de ocho años que se quejaba de lo que le costaba aprender las cuatro reglas: "No te preocupes por tus dificultades con las matemáticas -le dijo-. Puedo asegurarte que las mías son aún mayores". Pues eso.