Carlos Meca, consejero podemita del Cabildo de Lanzarote, ha liado una enorme carajera a cuenta de una viñeta de mal gusto, realizada manipulando el cartel cinematográfico de una peli de Gómez Pereira: "¿Por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo?". El hombre presentaba a la presidenta del PP conejero, Astrid Pérez, con los ropajes incitantes que en el cartel original viste Verónica Forqué, en actitud de acariciarle los congojos al presidente del Cabildo insular, Pedro San Ginés, trasunto del actor Jorge Sanz. Una metáfora poco elaborada (a mi juicio) de la decisión del PP de no sumarse a una hipotética moción de censura contra San Ginés, que hoy gobierna en muy minoritaria minoría después de que los socialistas le dejaran compuesto y sin novia. El señor Meca lleva años obsequiando con sus viñetas provocadoras a diestro y siniestro desde su propio medio digital, un periodiquete de internet, que responde muy oportunamente al nombre de El Agitador. Mientras el señor Meca no desempeñaba un puesto político, como colega de los dos aludidos en su gracieta, los que recibían sus críticas tenían que aguantarse o acudir a los tribunales. Al convertirse el mismo Meca en consejero del Cabildo, las tornas han cambiado, y su grosera viñeta ha provocado que sus compañeras de Podemos pidan su inmediata dimisión, alegando su chabacana y machista utilización de la condición de mujer de Astrid Pérez.

Personalmente, la viñeta de Meca me parece más que machista (lo es tanto como el cartel de la película, que no ofendió a nadie por ser machista) bastante inane, propia de un tipo con un concepto bastante asirocado de las relaciones personales. Meca ya la ha retirado de su panfletillo digital, no sin descolgarse antes con una actitud soberbia y belicosa contra sus críticos. Y es que la suya ha sido una idiotez como la copa de un pino, propia de un tipo que no debe tener muchas cosas interesantes a las que dedicarse, y que lleva años -desde su etapa en la Fundación César Manrique- fustigando a todo hijo de vecino en Lanzarote, usando para eso sus montajes insultantes. En esta ocasión, se le fue un poco la olla, pero el escándalo organizado en torno al asunto es a mi juicio excesivo: cuando la revista satírica El Jueves publicó aquella viñeta de dos personajes públicos -el entonces príncipe Felipe y su consorte Leticia- en pleno fornicio, fuimos muchos los que recordamos que la libertad de expresión es un bien a proteger, más importante que el mal gusto o las obsesiones sexuales de cualquier personaje como Meca. Sigo pensando lo mismo: entre defender la libertad de expresión o censurar el mal gusto degradante de Meca, yo me quedo con defender la libertad. La de Meca y por supuesto también la mía de poner a Meca a caer de un burro por grosero y miserable. Astrid Pérez y San Ginés pueden, además, denunciar a Meca ante los tribunales por haber degradado su imagen, pero lo realmente importante a valorar en este asunto no es la reiterada zafiedad de este listillo, sino el hecho de que existen diferentes niveles de tolerancia dependiendo del origen de los actos. No es lo mismo que un niño te muerda a que lo haga un guardia urbano, ni es lo mismo que un humorista caricaturice -incluso salvajemente- a un personaje público a que lo haga un político. Las reglas del juego son distintas, en función del rol que cada uno asume, como bien habrá aprendido Meca después de su bromita casposa. Estar en la misa del debate político y repicando con las armas de un humorista es un juego perverso: el humorista puede permitirse ser zafio, grosero o incluso jugar con el machismo. Pero un político español del siglo XXI no puede hacerlo, so pena de que le caiga encima la del pulpo. Yo también creo que Meca debería irse a hacer viñetas a otra parte.