Entre vítores al expulsado Javier Abreu, el congreso socialista tinerfeño del pasado fin de semana aprobó presentar una moción de censura en La Laguna, para la que la izquierda ya no tiene los votos suficientes. Para que progresara la censura, habría que contar necesariamente con los concejales del PP, algo que sólo parece viable en el caso de que Antonio Alarcó sea el candidato para la alcaldía que apoyen el PSOE y el resto de partidos de izquierdas en La Laguna. El "gobierno progresista" alternativo al de José Alberto Díaz (del que, por cierto, forman parte los socialistas) tendría que ser sustituido por un gobierno en el que concejales de Podemos votaran a Alarcó, y en el que este aceptara gobernar con ellos. No digo yo que al PSOE eso no le parezca posible, pero conociendo a Alarcó como lo conozco y sabiendo cuál es la posición de Podemos en relación a gobernar con el PP, me sorprendería ver materializarse la censura antes del próximo mes de mayo. Eso significa que el acuerdo adoptado por el Congreso del PSOE es un puro brindis al sol, otra manifestación de esa política de la nada que cada vez más define y caracteriza la acción pública de una izquierda instalada en la inopia autodestructiva, el ruido y la connivencia circense con los medios y las redes sociales, y también cada vez más ajena a los problemas reales de los ciudadanos. La política se aleja de lo importante y se aposenta sobre lo accesorio.

El congreso del PSOE tinerfeño, entre la censura de La Laguna -un asunto que ni siquiera es competencia insular-, la pelea por dejar fuera de la lista al Comité regional presentada por los militantes afines a Ángel Víctor Torres y el sanchismo -algo así como un tercio del partido en Tenerife- y el sobredimensionado protagonismo de Patricia Hernández, inflexible presidenta de la mesa del Congreso, no ha dejado lugar para que los votantes socialistas sepan si en el cónclave de su partido se habló de pobreza, de desempleo, de educación, de sanidad o de estrategias para el desarrollo equilibrado de la sociedad tinerfeña. Triste papel el del alcalde Pedro Martín, flamante secretario general del PSOE tinerfeño, un tipo competente, trabajador y sensato, del que -en medio del ruido de pelea- sólo se ha sabido que defendió la modificación del código ético del PSOE. Una propuesta que merecería ser discutida, porque la situación actual convierte a los políticos socialistas y al PSOE en blanco constante de denuncias cuyo principal objetivo es sacar a personas honradas fuera del juego político. Un asunto sobre el que el PSOE debería reflexionar, después de haber permitido con su código ético la sobreexposición de sus cargos públicos a todo tipo de acusaciones, y después también de haber acabado insensatamente con la carrera política de personas decentes a las que no se ha respetado la presunción de inocencia. Un asunto del que -en el clima de guerra civil desatada en el seno del PSOE isleño- es imposible hablar en serio. Como resulta imposible hacerlo de cualquier otra cosa importante, cuando los socialistas se dejan contaminar por los ajustes de cuenta y los deseos de venganza.