Presunción de inocencia, reclaman algunos de nuestros mayores próceres (o próceres mayores, sería más exacto) en el tratamiento de las informaciones sobre Juan Padrón, hijo predilecto de la isla, medalla de Canarias y no sé cuántas cosas más, además de uno de los hombres claves en la Federación de Fútbol española desde hace casi treinta años. Por supuesto que Juan Padrón y todos los que han caído con él en esta operación tienen derecho a la presunción de inocencia hasta que un juez no decida su culpabilidad. Pero la presunción de inocencia no implica silencio sobre los comportamientos, los procederes y los acontecimientos que vinculan a Padrón a una de las tramas corruptas más antiguas y conocidas en el mundo del futbol español, y a sus ramificaciones en Tenerife y Canarias. La decisión del juez de decretar el ingreso en prisión sin fianza para Ángel Villar, su hijo Gorka y nuestro Juan Padrón, presidente de la Federación Tinerfeña de Fútbol y exvicepresidente de la Federación Española, además de responsable de la economía y las finanzas del entramado del fútbol, se ampara en una investigación que demuestra que los dineros de la Federación se utilizaron sistemáticamente para montar una red clientelar de compra de voluntades que permitió a los implicados mantenerse durante tres décadas en el machito, y enriquecerse ellos, sus familiares y sus socios y amigos.

Según reza la investigación, la rama tinerfeña del putrefacto árbol federativo se levantó dos millones y medio de euros, sin contar los posibles desvíos de recursos desde la Federación nacional a la tinerfeña. Padrón y su segundo, que se ha librado de ingresar en prisión pagando de un día para otro una fianza de cien mil euros, crearon una sociedad -Tenerife Sport, SL- con la que presuntamente se pusieron las botas. La sociedad, en la que participaban las hijas de Padrón, recibía ingresos constantes de la Federación, en forma de cheques que teóricamente tenían que destinarse a los equipos y se perdían por el camino. Pero hay mucho más, una continua triangulación de operaciones entre la Federación Española, la Tinerfeña y las empresas de Padrón y sus hijos, con rebote de recursos públicos o pagos cruzados a constructoras.

Lo increíble es que este asunto, un secreto a voces desde hace años que incluso provocó que el alcalde Bermúdez decidiera cancelar el expediente para concederle a Padrón honores municipales, ha estado revoloteando durante dos décadas en ambientes políticos y periodísticos sin que el "presunto" impidiera parar la máquina de recaudar. Porque el término "presunto" que ahora enarbolan quienes rendían inclinación de cerviz a Padrón tiene dos usos: uno es el preventivo, no condenar a nadie hasta que un juzgado lo declare definitivamente culpable, algo que probablemente no llegue a ocurrirle a Padrón, que ya tiene 81 años, y ya se sabe que las cosas de la justicia van muy despacio. Y la otra acepción de "presunto" es la que debería llevar a adelantarse a los acontecimientos que son presuntos, que se suponen, y no dejarse pringar por ellos o en ellos.

Con el ingreso en prisión de Padrón cae -y eso no es ninguna presunción, es un hecho- la última de las glorias insulares de una época pasada en la que esta isla parecían repartírsela entre cuatro. Algunos de ellos ya han sido condenados, aunque no están aún en prisión. El caso de Padrón, presunto, es justo el contrario: no ha sido aún condenado, pero ya está en prisión: es lo que tiene ser juzgado por la Audiencia Nacional.