Carlos Alonso ha logrado convertirse a sí mismo en el "agit-prop" de la política canaria. Ha sabido colocarse en el centro mismo de todos los conflictos partidarios de los últimos años: en el 2015 se opuso al formato de acuerdo en cascada con el PSOE en el Cabildo de Tenerife, proponiendo un ''Pacto por Tenerife'' que incluía al PP. No le salió, pero desde entonces su influencia en el PP, a cuyos alcaldes norteños alimenta con mimo, es creciente. Movió los hilos que provocaron el enfrentamiento por las carreteras de Tenerife con el Gobierno regional, se enfrentó a la consejera Chacón, provocando una situación tan difícil, que a punto estivo de resolverse con una primera crisis regional. Alentó el enfrentamiento con el presidente del Cabildo grancanario, trabajó con denuedo por dinamitar el pacto con los socialistas en el Gobierno de Canarias, se dedicó a reunirse con ministros del PP por su cuenta, conspiró para quitarle Granadilla al PSOE, y -contra todo pronóstico- cuando el pacto regional con el PSOE se hundió en diciembre de 2016, mantuvo su acuerdo con los socialistas en el Cabildo sin que se le moviera un pelo del bigote. Ahora quiere que el PP apoye a Clavijo sin incorporase a su Gobierno, en un pacto parlamentario, y patrocina la continuidad del sistema de triple paridad como formato para regular la representación electoral en las islas.

Un post en su Facebook, reclamando que Tenerife tenga un diputado más que Gran Canaria, si se produce en el Estatuto un cambio basado en la preeminencia de la representación poblacional sobre la territorial, ha provocado uno de esos extraordinarios revuelos en los que Carlos Alonso se mueve como pez en el agua. Especialista en tirar la piedra, descalabrar a alguien y hacerse el bueno, Alonso ha explicado que Tenerife tiene 45.000 habitantes más que Gran Canaria y que es lógico que si se cambia la triple paridad por un sistema de representación que atienda a la población, Tenerife sume un diputado más que Gran Canaria. Al decirlo, ha levantado un entero ejército de voces en contra, desde la de su colega grancanario Antonio Morales, recordando que Tenerife falseó los censos durante años (no fue Tenerife, fue la ciudad de Santa Cruz de Tenerife) y proponiendo acabar con la capitalidad compartida para dársela a Gran Canaria, que tiene más población, hasta la muy arcaica ocurrencia de José Miguel Bravo de Laguna de recuperar el sistema censitario posterior a la Revolución Francesa, y que Gran Canaria tenga más representación, porque "paga el doble de impuestos". Eso -que Gran Canaria pague el doble de impuestos que Tenerife-, no es tampoco verdad, pero no importa: no dejes que la verdad te estropee un buen argumento.

El objetivo de Alonso, al que se han dejado arrastrar con poco tino Morales y Bravo de Laguna, es liarla para que la cosa electoral se quede como está, o como mucho reduciendo los topes electorales, que son -a mi juicio- el aspecto más injusto y arbitrario del sistema electoral, añadido torticeramente en una reforma estatutaria, cuando los grandes partidos quisieron acabar con sus revueltas insularistas. Da la impresión de que ha logrado lo que quería, que es hacer picar a más de uno, alimentando un debate sin fondo alguno, que sólo contribuye a que abrir más frentes -la capitalidad, los impuestos- que bloqueen la reforma electoral. Es sorprendente que Alonso lleve haciendo el mismo truco desde hace más de un par de años y haya quien se lo siga comprando. En fin.