El presidente de Repsol, Antonio Brufau, volvió a liarla parda el miércoles pasado con unas declaraciones a la Cope en las que el hombre se descolgó asegurando que la respuesta en Canarias a las prospecciones de la petrolera le pareció tercermundista. Brufau, que calificó de "dolor de muelas" la relación con Canarias durante el proceso de prospecciones, anda ahora muy contento porque Repsol le ha ganado por la mano a las "siete hermanas" de la industria en Alaska, encontrando un yacimiento gigantesco, considerado el mayor localizado en territorio de Estados Unidos desde hace 30 años. Tiene motivos Brufau para alegrarse, y le asiste también el derecho a expresar su opinión y considerar que lo que ocurrió en Canarias fue tercermundista, por muy desafortunadas que a mí -y sospecho que a la mayoría- pueda parecer ese juicio, aplicado a las movilizaciones contra las prospecciones que agitaron las Islas durante el año 2014 y principios del 2015.

Porque estar contra el petróleo no significa posicionarse contra el progreso. Siempre he creído que oponerse a las prospecciones fue un error (saber a qué atenerse es siempre conveniente), pero no creo que intentar alejarse del petróleo sea una actitud tercermundista. Más bien, es a lo que tienden los países más desarrollados de Europa. Tercermundista -incluso colonial- ha sido el comportamiento histórico de las grandes petroleras en algunos de los países pobres donde han hecho sus negocios multimillonarios, aliándose en muchos casos con poderes despóticos y corruptos, sin ofrecer retorno alguno para esas sociedades y territorios. La "diplomacia" petrolera no ha sido precisamente ejemplo de modernidad, respeto a los derechos y apuesta por la protección del medioambiente, todo lo contrario. Se trata de una industria destructiva y que -en algunos casos conocidos- ha tenido comportamientos que rozan lo criminal. Sin duda, en los últimos veinte años se ha mejorado mucho también en la industria petrolera, pero la mayor parte de esas mejoras han sido consecuencia de una legislación cada día más restrictiva y preocupada con el medio ambiente, y de las movilizaciones contra el poder del petróleo y su prepotencia.

Aun así, no comparto la histeria política desatada en torno a la declaración de Brufau. En los últimos tiempos, la política se basa más en rebatir declaraciones o generar enfrentamiento que en trabajar por los intereses colectivos. La campaña pública contra las prospecciones en Canarias fue una campaña con muchas sombras, más preocupada por la política -por su efecto en las mayorías internas de Coalición Canaria- que por el verdadero impacto de las prospecciones. A mi entender, los mismos que se rasgaron las vestiduras por las prospecciones no hicieron nada por evitar que Canarias siga estando hoy a la cola de España y Europa en la producción de renovables. Oponerse a algo (o a todo) es fácil y cada día tiene más adeptos, en esta sociedad de gente enfadada en que se ha convertido nuestro país.

Ojalá desaparecieran el petróleo y su correlato de emisiones de CO2 y contaminación planetaria cuanto antes. Pero proponer y hacer viables alternativas al uso de los combustibles fósiles como energía dominante requiere iniciativas, trabajo y mucha dedicación. Canarias se movilizó contra el petróleo masivamente, con sus políticos al frente, pero en treinta años nuestro avance en renovables ha sido ridículo, y la pedagogía para un mejor aprovechamiento energético completamente inexistente. Mucho golpe de pecho de nuestros gobernantes, mucho rasgamiento de vestiduras, pero nadie trabaja para cambiar el actual estado de dependencia -esa sí, tercermundista- de las fuentes de energía más contaminantes y peligrosas...