Esta ridícula pelea de buenos y malos en que quieren convertirnos el debate sobre la sanidad me empieza a tocar las narices. Es una farsa. Aquí de lo que se trata es de resolver cómo mantener un sistema que hace aguas porque no podemos pagarlo. Y no es solo con la Sanidad. Fernando Clavijo volvió de la Conferencia de Presidentes con la idea de que es preciso definir qué es el Estado de Bienestar para poder financiarlo. Eso es lo que tenemos que resolver, no quién habló primero de cerrar plantas o el Hospital del Sur...

Todos tenemos una idea aproximada de lo que es el Estado de Bienestar, un modelo de organización social, típicamente europeo, en el que el Estado provee servicios en cumplimiento de derechos sociales previamente acordados entre el poder y la ciudadanía. Lo que ocurre es que hay tantos modelos de Estado del Bienestar como los resultan del cruce de sociedades que lo defienden y momentos históricos concretos. Lo que nos ocupa ahora es qué concretos servicios son los que debe prestar el actual modelo, quién los presta y cómo se pagan. Las dos primeras cuestiones están en principio claras: el Estado se ocupa de esos dos grandes pozos sin fondo conocidos que son las pensiones y el desempleo, y las regiones se ocupan de la Sanidad -otro agujero sin fondo-, la Educación, la Cultura y los Servicios Sociales.

Decidir cuánto cuesta eso y cómo se paga es en realidad el verdadero problema. Porque quién paga esa cantidad ignota y cambiante que hay que pagar, eso lo sabemos sin lugar a dudas: lo pagamos los contribuyentes. Y va a seguir siendo así, por supuesto. Sabiendo cuáles de esos servicios son los que hay que garantizar, y en qué medida, sabremos lo que cuesta hacerlo, y podremos empezar a discutir cómo organizarnos para poder pagarlos... Ese es el debate sobre el Estado de Bienestar que ocupa a las sociedades modernas, no las simplezas en las que andamos entretenidos, buscando a quién endilgarle la culpa. Porque hoy no hay dinero para hacer frente a todo, ni la demografía española apunta buenas noticias: somos cada vez más los viejos, vivimos más, y gastamos más en pensiones y en mantenernos saludables. Es ese un proceso que no tiene más retorno que importar población trabajadora que compense nuestro retroceso demográfico, pero estamos haciendo justo lo contrario: asustados porque no creamos empleo suficiente para los nuestros, en todas partes se cierran las puertas a los que vienen de fuera. Así, en poco tiempo, cada trabajador llevará sobre sus espaldas a otro... Y no hay muchas opciones: hace falta más gente para que nos mantenga con su trabajo (o la traemos o la hacemos, y lo segundo no va a ser), o nos jubilamos más tarde, o recaudamos más impuestos, o tendremos que acostumbrarnos a recibir menos servicios.

Podemos decidir si queremos avanzar hacia un modelo estadounidense o uno escandinavo, sabiendo qué ventajas y que dificultades tiene cada uno de esos modelos. Porque la respuesta obvia de la mayoría será intentar mantener el modelo actual: la alternativa a una sociedad de bienestar es una sociedad de ricos cada vez más ricos y de pobres abandonados a su suerte, una sociedad sin clases medias, sin solidaridad y sin esperanza. Y nadie en Europa quiere eso. Pero habrá que aceptar cambios. Lo que no podemos hacer por más tiempo es no hacer nada de nada. Sencillamente, no podemos seguir cruzados de brazos y esperar que el sistema se derrumbe mientras discutimos quién tiene la culpa de que todo se caiga a nuestro alrededor...