La negativa de los comités locales de Coalición Canaria en Arico y Puerto de la Cruz confirma lo que ya vimos en Granadilla: Coalición Canaria ha perdido el control de la política municipal en Tenerife. Eso puede revestirse de sesudas interpretaciones sobre la bondad o perversidad de los pactos en cascada, sobre su origen histórico mesopotámico, o sobre lo difícil que es conseguir apagar un fuego cuando el bombero está de acuerdo con los incendiarios. Pero el hecho es que la dirección regional de Coalición Canaria será todo lo "nacional" que ellos quieran, pero no manda un pepino en sus huestes municipales tinerfeñas. Admitirlo debería ser el primer paso para resolver una situación que se agrava a cada día que pasa y que ha convertido a las direcciones de los partidos políticos -antaño superestructuras muy potentes e influyentes- en meras comparsas. En Coalición Canaria -partido- hoy no manda nadie, y además esa situación lleva siendo así desde hace algunos años y tiende a agravarse. Por ejemplo, el partido carece a nivel regional de Presidencia. Ocurre así desde que los afiliados decidieron en el último congreso "nacional" quitarse de encima a Paulino Rivero. Eso no costó mucho trabajo, porque -después de seis años de ejercer una Presidencia autoritaria en el Gobierno y de dos décadas de hacerlo en el Partido- Rivero estaba más quemado que la pipa del indio. Sin embargo, los muñidores de aquella derrota -Antonio Castro y Fernando Clavijo- prefirieron dejar la plaza vacante por la vía de amortizarla. Clavijo quería seguir desempeñando la secretaría general de Coalición en Tenerife, que sabía que era clave para la batalla por la candidatura a la Presidencia del Gobierno contra Rivero. Y sigue instalado en la secretaría insular tinerfeña, por más que no ejerza: dependiendo para qué, deja hacer a Francisco Linares, vicesecretario general de la cosa, con ganas de ascender, a Rosa Dávila, secretaria de organización, o -al decir de la señora Berástegui, de profesión sus grabaciones- incluso le encarga los trabajos difíciles al presidente del Cabildo, Carlos Alonso.

Pero ninguno de ellos tres tiene el mando, el carisma o las ganas suficientes para hacer que se cumplan las instrucciones de la ejecutiva nacional. Yo diría que hasta lo contrario. Barragán y Clavijo pueden firmar lo que quieran, que ni Linares ni Rosa Dávila ni Carlos Alonso se van a dejar la piel por el camino para que se cumpla lo que ellos firman. La famosa adenda al pacto de Gobierno -bautizada como "repacto"- era en sus compromisos municipales puro papel mojado. Linares, encargado de lograr la reversión de los acuerdos en el Puerto y la dimisión de la alcaldesa de Arico, interpretó el paripé de recadero con oficio y dedicación, a sabiendas de que el asunto no se iba a arreglar por las buenas. Quedan las malas, que es expulsar a los díscolos e intentar poner algún orden y concierto en el partido en Tenerife, asumiendo la pérdida (probablemente temporal) de varios comités locales. Si lo hubieran hecho cuando tocaba hacerlo con los díscolos de Granadilla, nada de lo que vino después habría sido necesario. Pero es que Coalición de Tenerife mantiene un doble discurso: por acción y omisión han sido responsables del incendio de sus bases tinerfeñas. Y ahora se les pide a los pirómanos que apaguen el fuego.