La dimisión de esa excelente profesional que es María José Bravo de Laguna como miembro del Consejo Rector de la Televisión Canaria confirma la crisis existente en un órgano que había despertado extraordinarias expectativas de regeneración y mejora en la televisión. María José Bravo presentó el martes su dimisión por sorpresa y en videoconferencia, probablemente porque no considera de ningún interés mantenerse en un organismo inoperante y sin funciones definidas, que se ha convertido en algo muy parecido a un patio de vecinas, del que todos los días salen chismes y cotilleos destructivos. El nivel del Consejo es hoy realmente impropio para que sigan en él personas con vocación de servicio y ganas de hacer algo por la tele. Aquello ha derivado en una suerte de aquelarre de intrigas y puñaladas, en el que sus miembros (y "miembras", habría que decir sin duda en este caso) dedican su tiempo a dinamitar cualquier posibilidad de gobierno, mientras alternan su presencia en el consejo con actividades claramente incompatibles.

Es sin duda lo más fácil atribuir la responsabilidad exclusiva de esta crisis al actual presidente del ente, el periodista Santiago Negrín, que arrancó en la televisión con un ambicioso proyecto de cambio y limpieza de una casa bastante engolfada por la gestión de Willy García. Lo cierto es que la gestión de Negrín se ha visto embarrada por las limitaciones absurdas de una ley pensada para sacar a García de la tele, por un consejo histriónico y con demasiadas vedettes y por la absoluta ausencia de interlocución con el Gobierno, que ha abandonado a la televisión a su suerte.

Detrás de los conflictos en la tele se ocultan más cosas que la evidente incapacidad de Negrín para gestionarla. Está atado de pies y manos, ni puede imponerse al Consejo, ni el Consejo puede imponerse a él. La ley es un desastre. Y el Consejo, en el que -conviene recordarlo- ya dimitieron por diferentes presiones dos de sus miembros, el periodista Francisco Moreno y Juan Santana, hombre de confianza de Soria..., es completamente inoperante. No solo por la ambición de una intrigante que -actuando por libre desde el mismo primer día- creyó que podía ser califa en lugar del califa. También -y sobre todo- por la dejación del Gobierno de Canarias, el Parlamento y los propios partidos. Nombraron un Consejo teóricamente independiente, y se lavaron las manos. La única decisión del Gobierno en relación con la tele ha sido -hasta ahora- quejarse de que baje la audiencia y reducir su ya mermado presupuesto casi un diez por ciento (más los millones que llegaban secretamente desde Turismo y ya no llegan). Pero el Gobierno no tiene ni plan ni intención alguna de resolver una situación que debe arreglarse políticamente. Ha permitido que el Consejo se pudra, que no se sepa quién manda en la tele, que aquello no lo gobierne nadie, y que los esfuerzos de un montón de profesionales que intentan hacer las cosas un poco mejor que antes se vayan por el sumidero. Porque al Gobierno solo le preocupa no activar los altavoces mediáticos de las productoras...

Si esto va a seguir así sería mejor cerrar la tele. Un canal regional solo tiene sentido si sirve para hacer país. Y no es eso lo que está ocurriendo ahora, sino justo todo lo contrario.