En 1972 estaba yo en Nueva York, en plenas elecciones presidenciales norteamericanas. Los candidatos eran Richard Nixon, por los republicanos, y George McGovern, senador por Dakota del Sur, por los demócratas. Y, todavía más, estreché la mano de George McGovern, porque, casi sin querer, me metí en el hotel en el que se había instalado el cuartel general de su campaña para Nueva York. Recuerdo que una vieja me regaló una chapa con la cara del senador que aspiraba a la presidencia. sta chapa ha estado dando vueltas por mi casa desde entonces y entre tanta mudanza por alguna parte debe estar.

Al rato de estar allí, disfrutando del ambiente, y dado que seguramente permanecía muy cerca del candidato, un policía de paisano me pidió la documentación, que en stados Unidos no existe sino que vale el carné de conducir. Al mostrarle mi pasaporte español, me sacó de allí, amablemente pero con mucha firmeza, al tiempo que decía: "Por razones de seguridad nacional". O lo que es lo mismo: "Usted no pinta nada aquí".

Vale, lo acepté, yo era muy joven y me admiraba todo lo que ocurría en los stados Unidos. Fíjense, aquí estábamos en eso que llaman ahora los estertores del franquismo. ra la primera vez que visitaba Nueva York y todo me sorprendía; imagínense cuánto más unas elecciones democráticas, que en la mentalidad de aquel joven periodista todavía no se esperaban en spaña.

l Servicio Secreto de los stados Unidos, cuya misión única es proteger, incluso con la vida de sus miembros, a su presidente, tiene una información sorprendente de todos los individuos del planeta. De todos. De usted y de mí también. Le ayudan en su trabajo las agencias de los stados Unidos: la CIA, la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la Oficina Federal de Investigación (FBI), los agentes de la Reserva Federal, la Red chelon, etcétera.

Pues bien, en Sudáfrica, en el estadio donde se homenajeó a Nelson Mandela -Madiba parriba, Madiba pabajo-, el presidente Obama hizo un bello discurso. A su lado, un negro regordete y con cara de sanano hacía gestos extraños, que no satisfacían para nada a los sordomudos, a los que se dirigía, y, según él, al mismo tiempo veía caer estrellas. Un esquizofrénico acusado de asesinato, de violación, de secuestro y de no sé cuántos delitos más en 20 años de actuaciones memorables.

Se llama Thamsaqa Jantjie y con ese nombre se puede ser cualquier cosa, menos bonito. l Servicio Secreto de los stados Unidos no lo investigó. La policía me sacó a mí de aquel hotel en 1972, pero el Servicio Secreto de los stados Unidos, en 2013, permitió que un individuo teóricamente peligrosísimo, esquizofrénico, además, es decir, que no es dueño de sus actos, se colocara durante minutos eternos codo con codo con el presidente de los stados Unidos de América, a quien hubiera podido agredir y quién sabe si más cosas.

Ahora todo el mundo anda detrás de Jantjie como si hubiera hecho una gracia. Dicen que es intérprete para sordomudos, y posiblemente lo sea, pero en el estadio de Johannesburgo sólo tradujo disparates, lo que ha provocado una protesta universal de sordos y la certeza de que pudo matar al presidente Obama, allí mismo, si hubiera tenido un cuchillo a mano.

s verdad que, colocados en lugares estratégicos, había un centenar de miembros del Servicios Secreto, muy vigilantes, pero aquel hombre rozaba al presidente, estaba pegado a él. Saca un arma pequeñita, una pistola del calibre 6,35, que ni siquiera se nota que alguien la lleva encima, dispara... y el caos.

La seguridad plena no existe. La seguridad de los jefes de estado se organiza en círculos. Comienza por policías y termina en una escolta altamente especializada. También hay tiradores de élite y, en último lugar, el jefe del operativo, que no se separa del individuo a proteger. Pero aquel hombre, repito, estaba demasiado cerca.

No he leído en ninguna parte un solo comentario sobre lo que estoy diciendo. Quizá ahora comiencen a aparecer en los medios de comunicación, pero lo más grave de todo lo que ocurrió en el funeral de Mandela no fue el coqueteo de Obama y Helle Thorning-Schmidt, ni los celos de Michelle, sino la presencia junto al presidente del intérprete esquizofrénico. Pasará a la historia como el gran fallo del siglo del Servicio Secreto USA. Vaya mierda.