La Virgen de Candelaria ya descansa desde las 9:10 horas de ayer en su Basílica después de dos semanas de peregrinación con motivo del bicentenario de la Diócesis de Tenerife que la llevó primero a Santa Cruz y luego a La Laguna. Si los barrios fueron los protagonistas durante la visita, Aguere demostró su condición de ciudad episcopal en la solemne eucaristía de despedida y acción de gracias por la visita, gracias al buen tiempo reinante, que luego, durante el camino, dejó paso a dos palos de agua. En total, fueron once horas de caminata desde Geneto hasta el Santuario mariano, si bien la Virgen entró en su municipio a las 5:05 horas en Barranco Hondo. Una lluvia de fuegos anunciaba el acontecimiento. Allí, el alcalde de El Rosario, Escolástico Gil, recogió su bastón de mando, y la regidora municipal de la Villa, Mari Brito, entregó el suyo al delegado de la visita, Jesús Agüín. A las puerta de Casa Fito (Sala Tenerife Sur, en Barranco Hondo), el dominico José Ramón trajo al recuerdo la fuerza de la predicación del recordado Jesús Mendoza. Y no sería la única vez que vino al recuerdo, y se hizo presente, el fallecido dominico.

Los dos momentos culmen de la entrada en la Villa se vivieron, primero, a la llegada de la urna de metacrilato al centro de mayores que está en la subida de Igueste, herencia del padre Mendoza. Antes, los guanches de Candelaria habían salido al encuentro de su Señora con los buceos. En medio de las señales de júbilo, Jesús Agüín pidió unos minutos de recogimiento. Se hizo el silencio. No hicieron falta gestos grandilocuentes. Un simple responso de tres minutos pronunciado por el delegado de la visita valió para encomendar el alma del dominico y, sobre todo, de acción de gracias por toda su evangelización y años de entrega en la Villa de Candelaria, sellada con la puesta en marcha del centro de acogida por el que tanto peleó, para garantizar un hogar a los mayores sin tener que abandonar su tierra.

La comitiva continuó por la carretera vieja hasta la estación de servicios Sindo, donde se anunció el cambio de la cápsula para que entrara el trono en procesión en el casco. Bastó una mirada a los altos de Araya para desestimar esa opción, ante el temor de la lluvia. Y entró el cortejo por Amance. Primer canto folclórico desde un balcón. Luego, en el Yaracuy, otro, y de ahí, con banda de música, rumbo a la Basílica, donde, entre vivas, alguno por el padre Agüín, que lo dejó descolocado. El pueblo, volcado, recibió a la Patrona, y hasta pareció que la Virgen sonrió, como diría Mendoza.