Pudieron haber sido treinta y cinco, incluida la de ahora, pero una se frustró. Como es sabido, la primitiva efigie de la Virgen de Candelaria, la que supuestamente desapareció en el vendaval de 1826, fue traída a San Cristóbal de La Laguna una treintena de veces -29 exactamente-, según el recuento del ilustre cronista lagunero don José Rodríguez Moure[Achmaye - Guayaxeras - Achoron. Historia de la devoción del pueblo canario a Ntra. Sra. de Candelaria, Patrona del Archipiélago y de sus dos Obispados. Santa Cruz de Tenerife, 1913; 2ª ed., 1991]. El primer traslado se hizo en 1555, apenas medio siglo después del comienzo de la colonización de la isla, y el último de esa primera época, en la segunda mitad del siglo XVIII, en 1771. De los cinco restantes, tres en el siglo XX y los otros dos en el actual.

Casi todos tuvieron carácter de rogativa pública y, salvo en un par de ocasiones, siempre por acuerdo del Cabildo de la isla en momentos de especial gravedad para los habitantes: sequías prolongadas, plagas de langosta diezmando sembrados, epidemias, amenazas de invasión del territorio insular, erupciones volcánicas, etc. En más de una ocasión y para neutralizar la oposición de los frailes dominicos, del pueblo candelariero o de la curia eclesiástica, obispo canariense incluido, a que la imagen se moviera del santuario, el Cabildo hizo valer su autoridad, apoyándose en la prerrogativa de su pertenencia al Real Patronato.

La sagrada imagen solía permanecer en la ciudad mientras se mantuvieran las circunstancias que habían motivado la traída. Más de una de las estancias fue prolongada; así, la de la primavera de 1582 a octubre del siguiente año, una vez desaparecida la epidemia de landres o peste bubónica, que no solo fue larga sino que en todo ese tiempo -más de año y medio- la imagen no estuvo expuesta a la veneración de los fieles sino resguardada en el convento de Santo Domingo, para evitar aglomeraciones y con ellas el contagio masivo de las gentes.

Con la pérdida de la capitalidad insular en el XIX, la desaparición del antiguo Cabildo, la exclaustración de las órdenes religiosas y la incautación de los bienes de los conventos, cesó la periódica costumbre del peregrinaje de la imagen de la Virgen de Candelaria a la ciudad que había sido durante más de cuatro siglos capital de la isla de Tenerife, hasta que, ciento sesenta y cuatro años después, se intentó traerla de nuevo a San Cristóbal de La Laguna. Fue con motivo de la "Semana pro Ecclesia et Patria", que se celebró entre el 15 y el 22 de septiembre de 1935.

Mediante las semanas "Pro Ecclesia et Patria", el periodista, político y cardenal de la Iglesia don Ángel Herrera Oria [Santander, 1886 - Madrid, 1968] pretendía "proclamar por todos los ámbitos nacionales" la trascendencia "de la obra secular de la Iglesia en España" y "extraer del rico arsenal de la historia las glorias de origen religioso que dieron grandeza al pueblo español". Fue su última gran empresa. Intentó celebrarlas en todas las diócesis españolas, pero sólo lo logró en las de Mallorca, Murcia, Cádiz y San Cristóbal de La Laguna.

En la diócesis nivariense lo secundó el prelado fray Albino González Menéndez-Reigada. Eligió como tema de las jornadas "La hispanización de Canarias", muy en consonancia con el pensamiento de su inspirador, y nombró una junta organizadora, con el entonces deán Pérez Cáceres al frente. Entre las personalidades invitadas a participar en la Semana, el obispo de Ciudad Real y prior de las Órdenes Militares monseñor Narciso Esténaga, notable arqueólogo; el marqués de Lozoya, entonces rector de la universidad de Valencia; el ilustre investigador austriaco Dr. Wölfel; y Ramiro de Maeztu, autor del libro Defensa de la Hispanidad, publicado el año anterior. Además, se preparó la representación de La comedia famosa de los guanches de Tenerife de Lope de Vegay, en el plano religioso, se determinó el traslado de la imagen de la Patrona General de Canarias y de la Cruz de la Conquista a la catedral de Los Remedios. Para los actos de carácter civil, el Teatro Leal.

No es menester subrayar que nuestro país se encontraba en las antevísperas de la guerra civil. La radicalización de las posiciones ideológicas y políticas se acentuaba de forma alarmante. En ese contexto prebélico, cualquier iniciativa, viniera de donde viniese, no tardaba en ser contestada por las facciones opuestas; más aún: con el ataque abierto para su neutralización.

Apenas se supo que la imagen iba a ser traída a San Cristóbal de La Laguna se urdió la forma de impedirlo. Se jugó con los sentimientos de las gentes sencillas. Entre el pueblo candelariero se difundió la especie de que los laguneros lo que pretendían era quedarse con la imagen "verdadera" y sustituirla por "otra falsa". Lo asegura alguien que se parapetó tras el seudónimo "El conde de Las Cañadas" [Gaceta de Tenerife 21.09.1935]. Por su parte, el obispo Menéndez-Reigada lo atribuyó a un contubernio masónico, aunque durante la celebración de la Semana no dijo nada. Solo el obispo Esténaga aludió de forma velada al incidente, en el discurso inaugural: "mientras otros hijos desmedrados parece que desdeñan a la Madre que tienen tan cerca", como se lee en el volumen SemanaPro Ecclesia et Patria [1935]. Sin embargo, en el libro La Patrona de Canarias y las fiestas de la victoria, de 1939, fray Albino arremete contra la logia masónica de la capital tinerfeña, a la que acusa de instigadora de la operación, ignoramos con qué fundamento.

Finalmente, se desistió del proyecto. Se impuso la cautela. La imagen de la Candelaria no vino a la Ciudad de los Adelantados. La primera vez que la iniciativa partía de la iglesia nivariense se malogró. Tampoco pudo ser trasladada desde la capital tinerfeña la Cruz de la Conquista. En cambio, el Ayuntamiento de La Laguna, aunque no concurrió a los actos, sí accedió a la solicitud de la Económica y cedió el pendón de la ciudad, que fue llevado en procesión cívica solemne a la Catedral por su director don Francisco de Asís Benítez de Lugo y García Mesa, marqués de Celada, y devuelto a las Casas Consistoriales con el mismo ceremonial. Fuerzas del Ejército de la República le rindieron los honores de ordenanza. Sí se trajo desde el Realejo Alto la efigie del señor Santiago. En la cada vez más desvaída memoria de este viejo periodista no se ha borrado el lejanísimo recuerdo infantil del recibimiento de la imagen del Apóstol en la plaza del Dr. Olivera.

San Cristóbal de La Laguna