No hay motivo para la alerta entre los buscadores de tesoros. Tabaiba cuenta con un barco hundido, sí, pero que poco tiene que ver con la piratería o el contrabando de elementos valiosos. Ni siquiera lo suyo fue un naufragio. Más bien, el pecio que yace en el fondo de esta zona del litoral de El Rosario guarda una historia vinculada con el medioambiente y la creación de vida marina en lo que una década hacia atrás era solo un arenal.

La fecha no es aproximada. Se cumplen en estos días diez años de que el "R. Peñón" fue hundido para que se generara vegetación en torno a él y, de paso, un lugar para la práctica del buceo del que carecía Tabaiba, hoy en el tercer lugar en el ranquin de inmersiones en la Isla.

Lo anterior lo explica Manuel Beltrán, presidente del club de buceo El Pejín, radicado en el referido núcleo y entidad que en su día tuvo que librar una "lucha" intensa con las administraciones para sacar el proyecto adelante. "Estuvimos dos años para poder hundirlo", destaca el máximo responsable de ese colectivo sobre un proceso en el que también intervinieron el concejal capitalino Dámaso Arteaga -en su etapa como consejero insular de Deportes- y el capitán marítimo de Santa Cruz de Tenerife, Antonio Padrón.

Finalmente, el remolcador (que les fue cedido por la compañía Boluda) acabó bajando al fondo en junio de 2006, con lo que se cumplió lo que parecía el sino del "R. Peñón". Y es que, relata Beltrán, el barco ya se había hundido en el puerto santacrucero en los años 70, cuando se llamaba "Cepsa Segundo" y mientras participaba en las maniobras de desatraque del navío inglés "Camberra". Era festivo -un Día de Todos los Santos, concretamente- y, tras ser reflotado, decidieron esperar al día siguiente para sacarlo "a dique seco". Sin embargo, el 2 de noviembre, cuando fueron a terminar el trabajo, la embarcación ya no estaba. Zozobró nuevamente. "Empezaron a buscarlo y no lo encontraban; había ido a parar al mismo sitio donde se había hundido", rememoran desde un club fundado en 1999.

Tras aquellos infortunios, al pecio de Tabaiba le quedaban un arreglo, años de trabajo en Algeciras y su regreso a Tenerife, donde finalizó su vida útil. Aunque solo en parte, si se tiene en cuenta que actualmente sigue desempeñando una función: la de arrecife artificial. "El barco ha creado un ecosistema y se pueden ver desde peces bentónicos, que son los dependientes del fondo, como viejas, fulas... a pelágicos, que son los que vienen a comer: medregales, atunes...", expresa Manuel Beltrán, que se detiene en que hace algunos años pudieron ver una ballena rorcual en las inmediaciones de la embarcación, así como que el miércoles pasó por allí un pez luna, "rarísimo" en Canarias. "En estos años ha cambiado totalmente el fondo, que era arenoso, sin vida ninguna y había incluso dos emisarios de los edificios, ante lo que nosotros insistimos al ayuntamiento para que no estuvieran cuando se hundiese el barco", recuerda el instructor de buceo, que celebra que los conductos finalizaron su actividad un mes antes de que la embarcación terminase en el fondo de Tabaiba.

De forma más precisa, tardó alrededor de un año en comenzar a generarse vida en la zona, dado que es habitual en estos casos que las especies se muestran reacias a la aparición de un nuevo cuerpo. Pero una vez transcurrido ese tiempo inicial, el casco empezó a cubrirse de algas y a aparecer microvida, a lo que después siguió el surgimiento de las especies marinas que hoy lo circundan.

¿Dónde se ubica? El barco está a alrededor de 70 metros de la costa y a una profundidad de entre 18 y 30 metros, y su estado, considera Beltrán, es el mismo de cuando lo hundieron. "En el fondo, al no haber partículas de oxígeno, sino las que están disueltas en el agua, se conserva mucho más", afirma, y plantea que también ha estado entre los objetivos del club que preside el generar un proyecto para el bien común: "A nosotros nos decían que por qué lo hundíamos pegado a la costa si para el negocio era mejor lejos y, así, desplazar en embarcaciones a quienes fuesen a sumergirse para observarlo".

El resultado de la iniciativa es un pecio al que recurren cada día centros de buceo especialmente del Sur y por el que pasan extranjeros de distintas procedencias, testigos de la segunda vida de lo que fue un remolcador y que hoy reposa sobre el suelo marino de las aguas de El Rosario.