Internet, la impresión en tres dimensiones, los "smartphones", los códigos QR o la denominada "realidad aumentada"... La coordenadas "socio-tecnológicas" no parecen las óptimas para la pervivencia de la artesanía; sin embargo, quizá haya espacio para la esperanza. Y es que, sin que pueda establecerse parangón con una gran superficie o con alguna de las principales zonas comerciales abiertas de la Isla, avanzada la tarde del pasado viernes la afluencia de público en la Feria de Artesanía de Canarias era notable y, lo más llamativo, quienes estaban por allí compraban.

Tal vez también sea que los vendedores son de los que no se quejan por cualquier cosa y que, al ser preguntados por la Feria, tampoco entran en lamentaciones y sí celebran las ventas. Puede ser. Los auténticos protagonistas de la muestra abierta en el recinto ferial desde el pasados jueves y hasta las 21:00 horas de hoy suelen proceder de las medianías, ser gente hecha a sí misma y contar con una prolongada experiencia a sus espaldas.

Sirva como ejemplo la historia de Domingo Suárez, "jaulero de caña", como se autodefine. Lleva desde los siete años utilizando este material para hacer, además de jaulas, diferentes instrumentos de cuerda como timples, guitarras, láudes y bandurrias. Procedente del municipio grancanario de Telde (aunque nacido en San Mateo), Suárez señala que el precio lo ha mantenido inalterable desde hace una década. "El artesano nunca puede vivir de la artesanía, sino que tiene que ser un hobby", explica mientras culmina una jaula de gran tamaño. En su caso, no es la primera vez que acude a una edición tinerfeña de la Feria de Artesanía de Canarias, en la que, relata con satisfacción, en una ocasión ganó un cuarto premio.

Tampoco es nueva en estas lides Lucrecia Amaya. Su puesto está ubicado contiguo al de Domingo Suárez y en él vende traperas, alforjas o bolsitos. Es de Tamargada (Vallehermoso, La Gomera) y también lleva toda la vida tejiendo unos elementos que, recuerda, antiguamente se hacían por verdadera necesidad. "Se va vendiendo...", valora al ser consultada sobre si a los compradores les cuesta adquirir este tipo de productos hechos a mano. Desde un estand en el que anteayer la acompañaban otra señora mayor y una sobrina, Amaya dice percibir que hay casos en que al cliente le gustaría comprar, pero que las circunstancias económicas se lo acaban impidiendo.

También está en la "feria de la felicidad" -como la bautizó durante su inauguración el consejero insular de Comercio, Efraín Medina- Carmelina Brito, de Taganana y residente en el barrio santacrucero de Ofra. Ella expone de forma didáctica los avatares del artesano y los innumerables "capítulos" hasta que la hoja de palmera se convierte en sombrero. Seleccionar el material, el trenzado, el cosido, y más pasos... Después se le añade el terciopelo -"que no es barato", precisa-. En suma, tres o cuatro tardes de trabajo. Pero más que quejarse se detiene en que el "boca a boca" y las tarjetas que ha ido entregando le permiten ir vendiendo.

Diferente es el trabajo que hace Agael León (El Escobonal, Güímar), fundamentalmente alfarera, aunque crea una simbiosis con el calado en algunas de sus composiciones, como es el caso de los belenes. Representaciones de piezas aborígenes y tradicionales, así como de ídolos, marcan la producción de una artesana más joven que los anteriores y que también dedica un sinnúmero de horas para poder llegar a la pieza final.

Otra historia es la de María Gloria Triana. Conoció los secretos del bordado en La Palma y actualmente reside en Tenerife, desde donde sigue moviendo la aguja. Con ella realiza distintas variedades sobre una técnica que viene practicando desde hace décadas. "No todo el mundo lo valora", reconoce sobre la percepción que la sociedad en general tiene del trabajo hecho a mano, aunque agrega que también existe un público que sí reconoce la labor. Especialmente para ellos es la feria en la que hasta esta noche se puede disfrutar del buen hacer, experiencia e historias de estos artesanos y de 135 más.