Estuvo abandonado 10 años después de construido. En ese tiempo, un complejo residencial situado cerca del centro deportivo de La Jurada y el Instituto Magallanes, en San Isidro, fue objeto de saqueo de piezas metálicas, puertas, ventanas, cobre, tuberías o loza sanitaria. Y, hace cuatro meses aproximadamente, Celia, una mujer de 53 años y natural del Norte, se percató de que era una alternativa para vivir, después de que no tuviera dinero para pagar el alquiler y se le acabaran todas las ayudas.

Celia vive de la comida que recibe del ayuntamiento de Granadilla y de Cruz Roja.

Otro de los primeros que entró a vivir fue Salek, un saharaui de 32 años, que, después de trabajar en una platanera y en un hotel, se quedó sin trabajo hace seis años y tiene a su mujer enferma.

Salek y Celia explican que, cuando llegaron, todo estaba sucio y roto, lleno de basura. Día a día, los ocupantes de las casas arreglan como pueden cada una de las viviendas, que tienen dos plantas. Han colocado diferentes puertas y ventanas. Y en un papel escrito con bolígrafo se puede leer: "Ocupado por Conchi y Richard". En otro apartamento, un tablón de madera tapa una ventana. Alguien escribió con tiza: "Ocupada", y en un papel añadió: "Tengo una hija de 7 años y vengo todos los días". Estas letras no son una frivolidad. Son advertencias para que nadie les quite su espacio. Celia y Salek indican que "todos los días pasa mucha gente preguntando y buscando una casa, pero aquí están todas ocupadas ya". Hasta ahora, la buena convivencia y el respeto entre los diferentes habitantes del "Residencial Okupa" es una garantía para ellos. Varios vecinos y amigos de las familias se afanan en arreglar las casas. No ha sido fácil. Tras los saqueos de cobre, tuberías de plástico, aluminio, o puertas y ventanas; los incendios en las casas, y destrozos en el garaje, los actuales "okupas" han arreglado las tuberías de desagüe, han pintado las viviendas y hacen "chapuzas" para afrontar las carencias, pues ni hay agua ni luz.

Leidy, su hija de 7 años y su madre

Leidy, una colombiana de 32 años, encontró su apartamento en junio. Asegura que vive con su madre y su hija, de siete años. El mes pasado se le acabó el paro y hace 4 semanas que reside en este residencial. Dos hombres compatriotas realizan diferentes apaños para que la casa sea más habitable. La batería de un coche aporta energía a un foco que alumbra la cocina. Ella sí tiene agua. En la azotea colocó un "bidón" y, cuando se le acaba, la cuba de una empresa de suministro de agua a domicilio se lo llena. Y después está la otra cara de las energías renovables. Una placa de energía solar cuesta, al menos, unos 2.800 euros. Hay empresas que las ofrecen por estas viviendas y después las cobran a plazos. Los muebles, las puertas, las ventanas y otros útiles se pueden adquirir en el mercadillo de Guargacho. En el complejo viven unos 5 canarios, dos familias de cubanos, cuatro saharauis y el resto son colombianos. La hija de Leidy y una amiga juegan felices con un carro de supermercado.

Algunas tuberías rotas las arreglan ellos mismos

Varias tuberías y cables quedaron inservibles tras diversos actos vandálicos. Los actuales residentes arreglaron varios desagües.

Cada día pasa gente nueva buscando una casa

Ante la afluencia de personas que buscan un techo, los actuales "ocupas" deben advertir de cuál es su espacio para evitar errores.