Los acontecimientos que rodearon el asesinato del empresario tinerfeño Raimundo Toledo han quedado minuciosamente reflejados en los teléfonos móviles de los tres imputados. Y es así hasta el punto de que se llega a confirmar que uno de ellos, Alexander R.R., amante de Sandra Pentón, pareja del sobrino de la víctima, estuvo en dos ocasiones el día del secuestro y muerte de la víctima en el mirador de La Centinela, en San Miguel de Abona, donde apareció el cuerpo carbonizado del dueño de la gasolinera TGas de la carretera de El Médano. Las horas coinciden con el momento en el que se alertó a las fuerzas de seguridad y bomberos de que un coche estaba ardiendo en el lugar.

Otro tanto ocurre con la espera anterior frente a la casa de Toledo. Los móviles de Alexander y del otro acusado, Diego Claudio G.G., los sitúan en este punto durante varias horas. Pero además no era la primera vez que se apostaban en tal enclave. En dos ocasiones anteriores hicieron lo propio: concretamente los días 7 y 9 de diciembre, el primero en horas del mediodía y el otro por la tarde, de lo que se deduce que estaban buscando el momento más adecuado para ejecutar el secuestro. La segunda vez ya participó también Diego.

El descifrado de los móviles corrió a cargo de un grupo de élite especializado en telecomunicaciones que ha intervenido en casos como el de José Bretón, el padre que asesinó a sus hijos en Andalucía, o en el del violador del Ensanche, en Barcelona.

A través de las señales que emiten los teléfonos a las distintas antenas, incluso cuando están apagados, se puede reflejar con asombrosa exactitud los movimientos de los acusados en cada una de las jornadas anteriores y posteriores al 15 de diciembre.

Los especialistas determinaron que los tres imputados se encontraron en Cabo Blanco dos días antes, al mediodía, durante casi una hora.

Otro tanto ocurrió cuando se perpetró el secuestro y asesinato. Todos ellos se citaron en San Isidro en lo que se ha interpretado como la reunión que sirvió para perfilar los últimos detalles y posiblemente entregarles un arma de fogueo. Los contactos entre los miembros del grupo sumaron cerca de 600 llamadas y mensajes en menos de un mes. Lo que nunca existió fue un contacto entre esta última y Diego, por lo que los investigadores sospechan que Alexander servía de enlace entre ambos.

Los viajes nocturnos que realizaron la noche del 15 y 16 de diciembre para intentar recuperar el coche a nombre de Pentón que se utilizó en la espera también aparecen documentados, aunque esta vez se siguió el rastro del teléfono de un taxista pirata, que fue el que hizo los desplazamientos, y el de Alexander. No podía ocurrir de otra manera, dado que el de Diego había quedado olvidado dentro del coche.

Los dos amantes compraron los terminales y el vehículo días después de que se cerrara la operación de venta de unos terrenos en San Isidro, que parece haber sido el detonante de esta trama. Y justo dejaron de usarse el día después de la desaparición del empresario. A partir de aquí, parece que el hombre y la mujer, ambos de origen cubano, utilizan el teléfono de la hija de Sandra para comunicarse entre ellos, especialmente cuando Alexander viajó a Madrid. La conclusión que extraen los investigadores es que se trató de "una pequeña organización criminal cuyo cerebro era la pareja del sobrino, quien además disponía de dinero y medios para ejecutar el delito". Las sospechas apuntan a que también fue ella la que costeó el viaje de Alexander a Madrid el día 18 y que la policía interpreta como un intento de fuga. Una cuestión que ha sido recurrente en el juicio es el grado de adicción al tabaco de Alexander R.R.. Él niega que fume, Diego asegura que lo hacía de vez en cuando, el policía de la Unipol fuera de servicio que lo conoció en la calle donde vivía el empresario dijo que fumaba de forma compulsiva, el taxista pirata que lo llevó la noche del 16 a Santa Cruz no recordaba con exactitud y una examante y un amigo lo niegan con rotundidad. El interés de la Fiscalía en este aspecto seguramente se deba a las pruebas de ADN de los restos de tabaco encontrados en el coche y al mechero que se utilizó para quemar, que era propiedad del empresario.