Los agentes que investigaron las circunstancias que rodearon el secuestro y la muerte del empresario tinerfeño Raimundo Toledo el 15 de diciembre de 2015 consideran que el viaje de uno de los imputados, Alexander R.R., tres días después a Madrid fue un intento de huir. Cuando llegó a ser localizado en una vivienda del barrio de Carabanchel se desplegó un amplio dispositivo policial, con lo cual su entrega, en lugar de ser voluntaria, en realidad era la única salida que le quedaba.

Para localizarlo en la capital española se estudiaron sus amistades en las redes sociales y los locutorios desde los que llamaba a su amante, Sandra Pentón, pareja sentimental del sobrino de la víctima, Carlos Toledo, y considerada el cerebro de la trama. Las prisas que tenía Alexander en salir de la Isla quedaron en evidencia cuando rechazó un billete más barato para el día siguiente.

Los investigadores que ayer participaron en el juicio aseguraron que en principio las sospechas se dirigieron hacia Carlos Toledo y, de hecho, la esposa del fallecido fue la primera en apuntar esta posibilidad. Sin embargo, las escuchas telefónicas posteriores y el lamentable estado en el que se encontraba el sobrino debido al consumo de drogas y las secuelas de un accidente, lo dejaron fuera de toda duda.

Cuando la Policía Judicial lo citó para declarar, se encontraron con un hombre cuya condición física era "deplorable, balbuceaba en vez de hablar y parecía incapaz de organizar frases con sentido. Su estado era tan dramático que lo descartamos totalmente como partícipe directo y menos aún como autor intelectual", dijo un investigador. Pero, además, las llamadas que hacía se centraban únicamente en la compra de drogas.

El móvil encontrado en el interior del coche fue clave a la hora de ir desenredando la madeja. Su titular era la mujer de Diego Claudio G.G., el otro imputado, y por ello se estableció la correspondiente vigilancia frente a su casa y se procedió a su detención. Pero, además, las continuas llamadas a un número bajo el nombre de "Cuba" les permitieron centrarse en Alexander. A su vez, el seguimiento al móvil de este último sacó a la luz la relación que sostenía con Sandra, hasta el punto de que en apenas un mes se habían puesto en contacto en 400 ocasiones.

En el caso de Alexander y Diego se localizaron una treintena de llamadas desde el día 13 de diciembre al 15 y, curiosamente, estas cesaron en las horas de la tarde en las que se llevó a cabo la espera frente a la casa de Raimundo. No menos definitivo fue comprobar que el coche aparcado frente a la casa del empresario estaba a nombre de Pentón. El círculo se cerraba. Desde un principio se enlazó el secuestro de Santa Cruz con la aparición de un coche quemado con un cadáver en su interior en el mirador de La Centinela, en San Miguel de Abona. "Era extraño que dos asuntos tan graves que ocurren al mismo tiempo no estuvieran relacionados entre sí", dijo un agente. El autor del incendio del coche tuvo que contar con alguien que lo recogiera en el Mirador.

En la aparición del vehículo quemado resultó de nuevo determinante el azar. Al quedar atascado en un camino real que discurre unos metros más abajo, no cayó al fondo del barranco, donde podía haber estado años sin ser localizado.

Cuando Sandra fue detenida, en su coche se encontró un hueco de tarjeta SIM que se correspondía a la utilizada por Alexander. De lo que no existe constancia es de que Pentón y Diego Claudio establecieran conexión telefónica en alguna ocasión.

De nuevo las sospechas apuntan a que tras el nombre de Iván se escondía Alexander. En una ocasión llamó a una casera desde su teléfono y se identificó de esta manera, un personaje ficticio a quien el acusado atribuye el crimen y secuestro en colaboración con Carlos Toledo. Desde un principio se pensó que el móvil que se escondía tras estos delitos era económico. Ayer intervino la Policía Local que atendió a Sandra Pentón cuando fue a denunciar la desaparición de su coche, el mismo utilizado durante la tarde del día 15 para esperar al empresario. La agente comprobó que el arma de fogueo que, según contó la acusada, se hallaba en su interior no estaba registrada y Sandra aseguró que era propiedad de su marido, que entonces permanecía de baja. Apuntó como posibles autores del robo del coche a su jardinero y a una persona que estaba interesada en comprarlo. Ambos sabían que la llave estaba debajo de la alfombra. Aunque se comprometió a aportar sus nombres, nunca lo hizo, lo que despertó las sospechas de la agente, que la llamó varias veces.