A apenas catorce kilómetros de Marruecos, con un 35 por ciento de paro y una sociedad históricamente curtida en el trapicheo del contrabando por la cercanía con Gibraltar, en La Línea de La Concepción (Cádiz) la tentación del narcotráfico es demasiado grande.

"Lo peor es el estado de narcosociedad que se está creando, cada vez más gente se dedica a esto. ¿Cómo convences a un chaval de 18 años que gana 1.500 euros por sentarse una tarde en un banco del paseo marítimo a ver hacia dónde van las patrullas de que debería estudiar o buscar trabajo legal?", se pregunta un miembro del Sindicato Unificado de Policía (SUP) que trabaja en esta población.

El narcotráfico en La Línea es "un enemigo" demasiado fuerte, como contaba esta semana su alcalde, Juan Franco: "Es una serpiente de siete cabezas: por más que cortes una, siguen saliendo".

Tanto es así que los agentes que luchan contra el narcotráfico en el Campo de Gibraltar, en Cádiz, calculan que apenas intervienen un cinco por ciento del hachís que llega a esta costa, en una incesante actividad de unas redes que operan sin demasiados obstáculos.

"La cantidad que entra no puede aumentar más, no da más de sí la producción. Lo que ha aumentado y va en aumento es la peligrosidad de las redes, la violencia con la que repelen cualquier acción que se interponga en su camino. Lo tienen como un derecho adquirido", explica a EFE un guardia civil que trabaja en la zona.

Y lo que va en aumento también son los medios con los que las redes operan en esta zona, mientras que los de las fuerzas que deben hacerles frente, la Policía y la Guardia Civil, son, según todos sus representantes sindicales, más que escasos.

"Nos duele la boca de decirlo", se lamenta un representante de la Asociación Española de la Guardia Civil que trabaja en la localidad.

Los refuerzos que se mandaron a la zona el año pasado, tras varios incidentes violentos, "duraron unos tres meses" y después, sobre todo después de la crisis catalana, desaparecieron.

Que el pasado martes una veintena de encapuchados irrumpiera en el servicio de urgencias del Hospital de La Línea y se llevaran a su jefe, detenido, esposado y custodiado por dos agentes y que un día después dos agentes resultaran heridos cuando un vehículo de narcos embistió su patrulla ha vuelto a extender la sensación de que el descaro y la violencia de estas redes tiene muy pocos límites.

El Gobierno defiende la eficacia de las medidas adoptadas para combatir el narcotráfico en la zona, destacando que desde enero de 2017 se han incautado 183 toneladas de hachís en la zona.

"Sí, las aprehensiones son mayores, pero porque el narcotráfico ha aumentado de una forma escandalosa. No hacen el recuento de lo que no se incauta, y eso lo vemos los que trabajamos a pie de campo", dice este agente.

Tres agentes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que trabajan en La Línea coinciden en que cada día entran, sólo en esta zona del Campo de Gibraltar, un mínimo de siete narcolanchas, embarcaciones semirrígidas, cargadas con entre 2.000 y 3.000 kilos de hachís cada una.

Con estas cifras calculan que, sólo por este costa, se introducen unas 4.200 toneladas de hachís al año, lo que supone menos del cinco por ciento de lo incautado por las fuerzas de seguridad en 2017.

"Cuando ven nuestras embarcaciones en el mar, no tienen ni que huir: simplemente, se separan una milla y esperan. Saben que con la potencia de los tres motores que lleva cada narcolancha nunca podríamos alcanzarlos", cuenta otro agente.

Una situación de inferioridad parecida se vive en tierra, con la cantidad y potencia de los todoterrenos que usan y el particular "ejército" que despliegan las redes en cada desembarco, unas cien personas.

"Nosotros en La Línea no hemos tenido esa plantilla jamás, ni creo que la tengamos en la vida", dicen un policía nacional de esta localidad, de unos 63.000 habitantes.

En el escalón más bajo de este "ejército" están unas 50 personas que se despliegan por distintos puntos de la ciudad con "walkies" y teléfonos para vigilar los movimientos de las patrullas. Cada uno de ellos puede cobrar, si el desembarco sale bien, entre 1.000 y 2.000 euros.

El siguiente peldaño son los "paqueteros", un grupo de unas 30 personas que espera la llegada de la embarcación y que "en no más de cuatro minutos" lleva los fardos desde la narcolancha hasta los cuatro o cinco todoterrenos que aguardan a pocos metros en la costa. Entre 2.000 o 3.000 euros por desembarco suele ser su "sueldo".

Unos 30.000 euros, o más, suelen cobrar los pilotos de la narcolanchas, en las que suelen viajar cuatro personas, y cada uno de los conductores de los todoterrenos, habitualmente tres o cuatro, que llevan la droga hasta las "guarderías", donde la ocultan hasta que se prepara para su traslado, porque se estima que del diez al quince por cierto se traslada al norte de Europa por carretera.

Junto a los coches que transportan la droga, habitualmente robados, suele ir también otro todoterreno vacío, listo para embestir a cualquier patrulla que trate de acercarse.

En la cúspide del organigrama de las redes que operan en La Línea hay otra persona que coordina la operación y un jefe.

Estos clanes trabajan para las organizaciones marroquíes, que les encargan el traslado, el desembarco y el transporte de la droga. Ellos son, en realidad, los verdaderos dueños del "negocio", que ha crecido en esta comarca como "una serpiente de siete cabezas".