La abeja de la miel es el insecto más apreciado por el hombre, que lo ha domesticado y extendido por el mundo, hasta el punto de que se han hecho todo tipo de predicciones catastróficas sobre qué pasaría si se extinguiese... pero resulta que no siempre es bienvenida en la naturaleza.

La Estación Biológica de Doñana y el Instituto de Productos Naturales y Agrobiología (IPNA) de la Universidad de La Laguna (Tenerife), organismos ambos adscritos al CSIC, presentan este mes en "Scientific reports" el resultado de un estudio poco frecuente, que intenta ahondar en sentido contrario: Busca aclarar qué le ocurre a un ecosistema cuando, de repente, es "invadido" por un polinizador tan eficiente como la abeja doméstica europea.

La abeja de la miel está tan extendida por el planeta, que resulta difícil plantear un experimento de esta naturaleza.

Los autores de este artículo subrayan, de hecho, que la apicultura ha crecido un 45 % en el mundo en el último medio siglo, hasta convertirse en toda una agroindustria de la que depende, a su vez, la polinización de grandes extensiones de cultivo.

El trabajo se basa en un experimento llevado a cabo en el Parque Nacional del Teide, en Tenerife, donde en los años 2007, 2008 y 2009 se autorizó la instalación de 2.700 colmenas de abejas productoras de miel durante floración de la primavera.

Los tres autores, Alfredo Valido, María Rodríguez y Pedro Jordano, controlaron en esos tres años cómo cambiaban las redes de polinización con la llegada de una especie en principio extraña, la abeja doméstica europea; cómo influía su presencia en el resto de polinizadores (otras especies de abejas autóctonas, escarabajos e incluso lagartos), y qué les ocurría a las plantas.

Su observación demostró que, casi de inmediato, las abejas domésticas se convirtieron en el cuarto visitante más frecuente de las flores del Parque Nacional del Teide, hasta protagonizar una de cada diez visitas (9,2 %), proporción solo superada por dos especies de escarabajos y otra abeja autóctona.

Hasta su llegada, la red de polinización de la flora de ese espacio protegido estaba conformada por 99 especies, con varios tipos de interacción entre ellas. Al segundo año de experimento (2008), los científicos echaron ya en falta a ocho especies (todas de insectos), y al tercero (2009), a 13 (de nuevo insectos, pero también el lagarto tizón, endémico de Tenerife en La Palma).

Los responsables de este trabajo creen que la introducción de colmenas de abejas domésticas altera las redes naturales de polinización de los ecosistemas e, incluso, llega a desmontarlas, hasta el punto de expulsar a otros polinizadores naturales que ya no pueden competir por el acceso a las flores.

En el caso del Teide, se detectó además que las interacciones con la flora de tres especies de abejas salvajes descendían casi un 36 % con respecto a cuando no competían con su "prima" la abeja doméstica europea. Y lo que es peor, la producción de semillas en las plantas más frecuentadas por las abejas de la miel en esos tres años disminuyó de manera "significativa" respecto a los años previos.

"Incrementar la presencia de abejas de la miel en zonas naturales, incluso en campos de cultivo cercanos a ellas, a través de la apicultura puede afectar negativamente a la biodiversidad de polinizadores silvestres, al funcionamiento de los ecosistemas y, por último, a su resistencia al cambio climático global", advierten los autores.

Valido, Rodríguez y Jordano reconocen las limitaciones de su estudio, que se centra en un solo ecosistema de una isla oceánica, pero enfatizan que sus resultados sugieren que la extensión de la apicultura "puede tener impactos más series y de mayor duración para los ecosistemas de lo que suele asumirse".