A medida que la digitalización de la sociedad se hace más profunda, se va borrando la ya tenue frontera entre la verdad y la mentira. Internet ha multiplicado la capacidad de difusión de bulos propagandísticos. El ascenso de Trump al poder, el voto afirmativo al brexit o la limpieza étnica de los rohingya en Birmania, entre otros hechos muy preocupantes, vinieron precedidos de una difusión masiva de mentiras o mensajes de odio a través de las redes sociales, especialmente por Facebook. "El problema real es que no hemos desarrollado las habilidades para absorber, evaluar y clasificar las cantidades sin precedentes de información provenientes de las nuevas tecnologías", escribía recientemente Annabelle Timsit, periodista estadounidense especializada en Educación, en la revista "Quartz". Hacía esta reflexión en un reportaje donde daba cuenta de que en cinco estados de EEUU (California, Iowa, Nueva York, Hawái y Arizona) ya se han puesto en marcha distintas iniciativas para formar a los escolares en las habilidades necesarias para diferenciar la información verificada del invento interesado.

Los datos son alarmantes. En noviembre de 2016, el Grupo de Historia de la Educación de la Universidad de Standford publicó un estudio con los datos aportados por 7.804 estudiantes. Los investigadores querían saber qué nivel tenían de "razonamiento cívico online". Es decir, qué capacidad poseían para valorar la credibilidad de la información que encontraban en internet. Para su sorpresa, descubrieron que la mayoría no sabía diferenciar una noticia contrastada de la "basura" informativa. El estudio, y así lo subrayaban sus autores, echaba por tierra la creencia de que los "nativos digitales", por esa familiaridad que se les supone con las redes sociales, sabían diferenciar las noticias reales de los inventos online. Por eso, lo que ahora buscan esos programas educativos contra las fake news (las noticias falsas) es que los alumnos no se limiten a consumir lo que les cae en el móvil; deben preguntarse por las fuentes, verificar antes de compartir y "rechazar que la popularidad (de esa información) no es un indicativo de su fiabilidad". Leer un periódico de calidad -donde los periodistas ya hacen este filtrado- ahorra mucho de este trabajo, por cierto.

La herramienta digital nos tiene ahora en su poder, pero el verdadero problema no está en Facebook. "Este es un problema humano. Somos nosotros", advierte en "Quartz" Richard Hornik, del Centro para la Alfabetización Informativa de la Universidad de Stony Brook. Porque nos apasiona la historia que desata en nuestros cerebros respuestas emocionales y de eso están hechos los bulos, los rumores falsos. Un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) constató en 2018 que las fake news corren en las redes gracias más a los humanos que a los perfiles falsos robotizados (bots). Los datos: las mentiras se difundían en cascadas de retuiteos que oscilaban entre las 1.000 y las 100.000 personas, pero las verdades nunca superaban una cascada de retuiteos superior a las 1.000 personas. Es mentira que la mentira tenga las patas cortas.