A la lechuza le persigue cierta leyenda negra, un compendio de supersticiones que ahora, a raíz de un trabajo de la Sociedad Valenciana de Ornitología (SVO), empieza a amainar gracias a su efectividad como controladora de plagas de roedores en cultivos ecológicos.

Debido a la regresión de la población de la lechuza común (''Tyto alba'') en los últimos años y a su desaparición en algunos puntos del territorio valenciano, la ONG lleva a cabo iniciativas para promover su crianza en tierras de cultivo en la comarca de l''Horta Nord (Valencia) y, de paso, que los agricultores se beneficien de su caza nocturna de roedores sin coste alguno.

Estas rapaces nocturnas, que destacan por su característico color blanco y su cara en forma de corazón, necesitan zonas con cultivos no arbóreos, como es el caso de la chufa, las hortalizas o incluso cultivos de secano para llevar a cabo su proceso de alimentación, basado casi exclusivamente en roedores como ratas, todo tipo de ratones e incluso topillos.

El miembro de la SVO Alex Alaman explica a EFE que la principal causa del descenso de la población de lechuzas es el abandono de los cultivos, ya que este es el hábitat principal de estas aves, junto con las casas de campo tradicionales en las que asientan sus nidos.

Detalla que también influyen otros factores, como el gran número de atropellos que sufren: "Si desde el año 2010 hemos liberado 72 lechuzas, entre 2016 y 2017, solo en la zona de la Albufera, se atropellaron 67".

El experto también destaca como factor que ha contribuido a reducir el número de lechuzas en la zona la "historia negra" que las persigue.

"Se decía que si matabas a una lechuza y la colocabas en la puerta de una casa, te quitabas el mal de ojo. O también, como muchas criaban dentro de las iglesias, decían que se bebían el aceite de las lámparas y que eran el demonio", relata.

Por todos estos motivos, la asociación animalista fundó en 2010 el ''Projecte Mussol'' y desde entonces han liberado a 72 ejemplares cuando están en su fase más prematura en terrenos a los que puedan adaptarse, una "liberación focalizada" de la especie para que se reinstaure su presencia en zonas valencianas.

A los pollos de lechuza que se liberan se les proporciona alimentos durante dos meses y medio hasta que no los necesitan, dado que ya han aprendido a cazar por su cuenta y se convierten en animales independientes.

Cuando alcanzan este punto, una pareja de lechuzas puede llegar a cazar al año una media de 1.400 roedores durante sus salidas nocturnas, por lo que la SVO ya está colocando en huertos ecológicos, que no utilizan sustancias químicas ni pesticidas, cajas-nido con la esperanza de que lechuzas se asienten en sus terrenos y reduzcan los roedores.

En el caso de Pepe Soler, que posee cultivos en València y ha permitido la liberación de pollos de lechuza en sus terrenos hasta tres veces, el tener estos animales rondando la zona ha ayudado a sus cultivos e incluso a los de los agricultores cercanos.

Según explica a EFE, los ratones "llevaban fritos" los cultivos de chufa y ni siquiera con veneno conseguían erradicarlos, pero desde hace dos años ha dejado de ser necesario utilizar estos productos y se nota una menor cantidad de estos roedores gracias a la presencia de lechuzas, que siguen volviendo al lugar donde se criaron.