Si la iglesia de La Concepción de Santa Cruz fuera catedral, su deán sería Mauricio González, un icodense nacido en 1932 que presta el servicio de párroco hace 21 años. Don Mauricio fue cura casi por aclamación. La vocación que se despertó en su infancia, y que alimentó el seno familiar y el entonces recién ordenado sacerdote Antonio Rodríguez Socas -ya fallecido-, no pasó inadvertida para sus compañeros de la escuela. Un día, hablando de Dios, los niños de su clase le dijeron al maestro que Mauricio debía ser cura, y encontraron el eco del profesor, que lo animó a ir al seminario. En su casa eran doce hermanos, hijos de un agricultor que cuidaba sus fincas y de una mujer entregada a la familia.

Ya antes de ser ordenado en 1957 por el obispo güimarero Domingo Pérez Cáceres, Mauricio González colaboró como subdelegado de Caritas con Luis Reyes Pérez. En 1959 tuvo su primer destino como párroco en Taco, cuando toda esa zona era atendida por un solo sacerdote. Tres años después, en 1962, Luis Franco Cascón lo designa director espiritual del Seminario Diocesano, del que asumió el rectorado desde 1969 hasta 1985. Los diez últimos años combinó la faceta de rector del Seminario, y profesor también, con el de Vicario General de la Diócesis, tarea que desempeñó hasta 1999.

Después de Taco, su segunda parroquia fue la Concepción de Santa Cruz, donde ya lleva 21 años.

Durante la Semana Santa que hoy culmina, la iglesia matriz de la capital ha sido el referente tanto en la procesión magna como de otros tantos cultos religiosos. Su imaginería, que en su mayoría data del siglo XVIII y también se conservan algunas del XVII, es única.

Pese a ser la parroquia madre de Santa Cruz, como la define, La Concepción tiene un ámbito territorial de influencia pequeño, a lo que se suma el alto número de sedes administrativas de la zona, lo que resta parroquianos. Esta situación no amilana a don Mauricio, quien con una tímida sonrisa asegura que se ha adaptado a convivir en esta realidad, intentando involucrar a cuantos también forman parte de la realidad administrativa de la parroquia, porque tienen sus oficinas en la zona, con independencia de su ideología.

Elogia de la realidad parroquial el ambiente familiar y su compromiso de una parroquia de la que se han ido desgajando otras a lo largo de la historia. La frescura de la procesión de la Esperanza Macarena y Jesús Cautivo, que se incorporó a La Concepción en 1959 -dos años después de ser ordenado sacerdote-, contrasta con la historia de la Hermandad del Santísimo, la más antigua de Canarias.

Este canónigo archidiácono, y también protonotario supranumerario por designación del Vaticano, defiende que sí hay fe en la sociedad actual, a pesar de una nueva realidad a la que intenta dar respuesta la Diócesis, asegura, que intenta "seguir el ritmo con la dimensión misionera" en la que está inmersa. Mauricio González destaca dos valores fundamentales en este tiempo: saber estar y la presencia continua. No oculta su preocupación por el patrimonio: no en balde le ha correspondido afrontar cuatro inundaciones del templo, entre ellas la del recordado 31 de marzo de 2002.

Sin olvidarse de los xilófagos que suponen una amenaza para retablos e imágenes por las peculiaridades del templo -humedad y calor-, don Mauricio añade: "Tenía iglesia pero no dependencias", a la espera de que el Cabildo culmine las obras en los anexos al templo, la parte menos visible, pero vital para mimar el patrimonio que se muestra en Semana Santa.