Flores lo recuerda así: un niño correteando por las calles, un joven madurando su vocación, un sacerdote cercano a la gente del barrio: su barrio, el que lo vio nacer y que a cinco años de su elección como Papa no pierde la esperanza de que el padre Jorge regrese al terruño.

Ubicado hacia el oeste de la capital argentina, Flores, un barrio de clase media trabajadora, forjado por inmigrantes y sin atractivos turísticos a la vista, vio alterado su ritmo apacible cuando aquel 13 de marzo de 2013 resonó por todo el orbe el "habemus papam".

"La gente entraba a la iglesia corriendo desde la calle. Empezaron a sonar las campanas. Una señora me abraza y me dice: ''ÑBergoglio es el Papa!''", recuerda Luis Avellaneda, secretario de la Basílica San José de Flores, la iglesia que el sumo pontífice frecuentó hasta abrazar la vida religiosa.

Fue allí mismo, en un confesionario a pasos de la puerta, donde Jorge Mario Bergoglio sintió que Dios lo llamaba, un punto hasta el que desde hace cinco años peregrinan turistas y feligreses para intentar comprender -a fuerza de esos "pequeños detalles", como los llama Avellaneda-, cómo un hombre cualquiera llega un día a ocupar la Cátedra de Pedro.

Avellaneda cuenta que, tras unos "meses agitados de visitas masivas" al templo, ahora todo está más calmado, aunque hay gente que sigue viniendo a conocer "los detalles de esta historia" y un sitio que es "un hito" para la vida personal y sacerdotal de Bergoglio.

La basílica, de reciente restauración, es parada obligada del "tour papal" que organiza el Gobierno capitalino para los turistas, quienes, como recuerdo, se llevan estampas, pegatinas y libros de Francisco de una tienda contigua.

A poca distancia de allí, el gallego Ramón Casabella sale sonriente a abrir la puerta tras escuchar el timbrazo cotidiano de los curiosos que se detienen en la casa que vio nacer al Papa.

Casabella cuenta que, a través de un amigo en común, llegó a conocer a Bergoglio, a quien define como "una persona más", con quien "se puede hablar de cualquier tema" y con un "carácter espectacular".

"Muchas veces nos encontrábamos e íbamos a tomar un café al Tortoni", recuerda este inmigrante, quien admite que le da "un poco de pena" que Francisco no visite Argentina, pero que no pierde la fe y se ilusiona con que un día sea el propio Bergoglio el que le toque el timbre.

Adentrándose en el Flores de las casas bajas se llega a la vivienda que la familia Bergoglio ocupó durante la niñez y la adolescencia de Jorge.

"Él, de chico, jugaba a la pelota en la placita de la esquina", narra Marta Sagasta, de la parroquia Santa Francisca Javier Cabrini, a la vuelta de la antigua casa de los Bergoglio.

Ya casi no quedan vecinos de cuando Jorge jugaba por esas veredas, que conservan la tranquilidad de antaño, pero sí muchos que lo recuerdan como sacerdote, visitando el barrio, adonde siempre llegaba en metro o en ómnibus.

"Él venía mucho a nuestra parroquia, jugaba con todos los chicos, se sentía cómodo... Es muy querido", afirma Carmen Magdalena García, vecina de Flores.

En esta iglesia bien de barrio, donde casi todos se conocen y se respira un aire familiar, sienten "orgullo" de tener a alguien tan cercano como sumo pontífice de la Iglesia y no salen aún de su asombro cuando extranjeros siguen llegando de visita en busca de las "huellas espirituales" de Francisco.

No se olvidan de rezar por él, especialmente cuando emprende viajes apostólicos, y comprenden, asegura Marta, que de momento el destino no sea Argentina porque "no somos egoístas y está ocupado con los problemas del mundo".

"ÑPero yo quiero con locura que venga!", interviene Carmen, desde el corazón del barrio del Papa.