El papa concluyó hoy su viaje en Birmania con una misa para los jóvenes y en el que, con tacto diplomático, lanzó un llamamiento a la reconciliación del país y la defensa de las minorías y derechos humanos, aunque sin referirse explícitamente a la persecución de la minoría musulmana rohinyá.

Su viaje a la actual Myanmar terminó con una misa ante miles de jóvenes birmanos en la catedral de Santa María de Rangún donde, de nuevo, les invitó a llevar a su país "la pasión por los derechos humanos y la justicia".

Al papa le había sido aconsejado por la Iglesia local que no pronunciase el termino rohinyá, ya que podría provocar reacciones violentas por parte de franjas radicales, a pesar de que fue el mismo pontífice el que lanzó el primer llamamiento para ayudar de esta minoría musulmana que vive en el estado Rakáin.

Pero las cosas que se dicen en Roma no suenan igual en un país donde el Ejército, que es responsable de la brutal ofensiva contra los rohinyás, que ha provocado un éxodo de 620.000 personas hacia Bangladesh, controla aún ministerios claves como Interior, Defensa y Fronteras.

Y la frágil Consejera de Estado, la nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, debe medir sus acciones y palabras en una delicada transición hacia la democracia.

En este avispero birmano y con una pequeña comunidad católica, representada en varias etnias que también sufren las persecuciones en otras áreas del país, se tuvo que mover Francisco.

Sin embargo, aunque con el medido lenguaje diplomático, no dejó de repetir la necesidad de no rechazar a las minorías, a las diferentes confesiones religiosas y respetar los derechos humanos.

Se desconoce lo que habló directamente tanto con el Jefe del Ejercito, Ming Aung Hlaing, con quien se entrevistó el lunes, ni al presidente Hitn Kyaw o con Suu Kyi, pero públicamente en su primer discurso ante las autoridades pidió respeto y derechos para cada grupo étnico "sienta como un hogar el país", entre los que estarían los rohinyás.

No hubo palabras sobre el éxodo de los 620.000 rohinyás a Bangladesh y las atrocidades cometidas por el Ejercito, como cuentan los supervivientes, pero sí el llamamiento de Francisco al "respeto por el Estado de derecho y un orden democrático que permita a cada individuo y a cada grupo -sin excluir a nadie- ofrecer su contribución legítima al bien común".

También en el encuentro con los líderes budistas del país, a quienes se les ha acusado de frialdad respecto a la persecución de los rohinyás o incluso, en el caso de los más radicales, de ser cómplices del Ejercito en esta "limpieza étnica", Francisco les urgió a trabajar "por la paz, el respeto de la dignidad humana y la justicia para todos".

"Si debemos estar unidos, como es nuestro propósito, es necesario superar todas las formas de incomprensión, de intolerancia, de prejuicio y de odio", les indicó.

En estos días en Birmania, Francisco también se mostró cercano a la pequeña comunidad católica del país, de unas 650.000 personas, respecto a los 52 millones de la población birmana, de la que destacó su labor de ayuda "sin distinción de religiones y etnias".

Francisco deja Birmania a la espera de conocerse si la visita del papa, como esperaba la Iglesia católica, ha reforzado la posición de Aung San Suu Kyi para continuar el proceso democrático en el país.

Tras la misa, Francisco viajará a Bangladesh desde donde cambiará la perspectiva de la crisis de los rohinyá y el mensaje papal, pues los más de 620.000 personas que se hacinan en la zona fronteriza de Cox Bazar en condiciones infrahumanas constituyen una verdadera emergencia humanitaria.