En el conflicto armado colombiano los cuerpos de las mujeres fueron campo de batalla y botín de guerra. Aunque no hay cifras oficiales se estima que miles fueron víctimas de abusos sexuales. María Eugenia Urrutia fue una de ellas, se levantó y ahora usa su tradición afrodescendiente para sanar y ayudar a otras.

"La huerta del perejil" fue la magdalena de Proust de Urrutia, que en 2010 y después de haber sufrido abusos por uno de los grupos herederos del paramilitarismo comenzó instintivamente a arrullarse en una de las canciones de esa tradición afrocolombiana con la que superó la muerte de sus padres cuando tenía 10 años.

"Ese momento difícil me lleva a una parte de mi niñez, cuando llegué al (departamento del) Chocó. Allí, entre juegos y cantos olvidé que había perdido a mi papá y mamá. Me encerré con mis hijos y volví a cantar esos cánticos".

Ese fue el terrible momento en el que, ya en la cuarentena, recordó como "La huerta del perejil" le fue esencial para superar aquel momento infausto en su infancia.

Nació hace 50 años en Cali, a donde habían emigrado sus padres desde el Chocó. A esa convulsa y selvática región del Pacífico se marchó a los 10 años para vivir con sus tías en una zona donde las comunidades negras e indígenas son mayoría.

En esa época, en el municipio de Litoral de San Juan vivió "la libertad más impresionante".

De la noche a la mañana llegaron los grupos guerrilleros, "la chusma", como los conocían.

"Los paramilitares no sienten la necesidad de esconderse y comienzan a catalogar a las mujeres de prostitutas; salen de frente, hacen persecuciones y amenazas. A las mujeres les dan un patente, un papel en que decían ''esta fue abusada porque andaba en shorts chiquitos como las prostitutas''", señaló.

Ella no lo pudo aguantar, salió a la calle con el cabello cortado al raso (también prohibido por ser considerado masculino) y con un bikini.

La afrenta le costó tener que abandonar su hogar ante el temor a ser asesinada.

Se asentó en uno de los corregimientos (aldeas) cercanos, el de Togoromá, en donde comenzó de nuevo su vida, conoció a su pareja y tuvo dos hijos.

Allí, ya en plena madurez, le siguió su pesadilla y vio como las FARC cedieron ante el empuje paramilitar. Sus verdugos pasados y futuros se adueñaron de la zona.

Fue también allí donde vio como los cuerpos de las mujeres eran "botín de guerra" y eran violadas sistemáticamente por un grupo armado al que pertenecía "mucha de su familia".

En 1998 también ella fue víctima. Tres paramilitares abusaron de ella cuando estaba embarazada de su tercer hijo.

Se le vuelve a ensombrecer la mirada y explica: "Me sometieron a todos los vejámenes, pero no los voy a repetir".

El castigo no terminó ahí, la obligaron a abandonar su hogar so pena de asesinarla y vio como su pareja y padre de dos de sus hijos la dejó en la estacada.

Con el apoyo del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) llegó a Bogotá, donde rehizo su vida y ha organizado la Asociación de Mujeres Afro por la Paz (Afromupaz), un pequeño rincón del Pacífico.

En Bogotá fue donde por su activismo las "Águilas negras", uno de los grupos herederos del paramilitarismo, le dieron en 2010 el segundo golpe, el que la hizo emerger con más fuerza y "La huerta del perejil" bajo el brazo para ayudar a otras víctimas.

Con el recuerdo de su infancia como bastón, ahora ha puesto en marcha "Expomingueras", una marca de la que viven 42 familias y bajo la que elaboran dulces tradicionales, tejidos o productos estéticos con los que mujeres desplazadas y víctimas del conflicto consiguen rehacer su vida.