Suspendida sobre las aguas del Atlántico y distante unos 510 kilómetros de Canarias, Madeira y las islas adyacentes de Porto Santo, más el conjunto de las denominadas Desiertas, asoma como esa vecina coqueta que desde su condición macaronésica emparenta desde el primer momento con el Archipiélago.

Con una economía orientada al sector servicios y sostenida en el turismo, que representa el 80% de su Producto Interior Bruto (PIB), una población cifrada en 258.686 habitantes y una tasa de desempleo del 12,9%, este territorio autónomo de Portugal, que goza de la condición de Región Ultraperiférica, apuesta por la singularidad como fórmula para atraer visitantes.

La compañía aérea Binter conecta Canarias y Madeira de forma regular dos veces por semana, domingos y jueves. Unos vuelos que se reforzarán durante la época de verano con conexiones diarias desde Gran Canaria y tres veces por semana, los lunes, viernes y sábados, vía Tenerife, El trayecto, con una duración aproximada de 90 minutos, lo operan aeronaves ATR-72, con capacidad para 72 pasajeros.

Funchal, la capital, que toma su nombre del funcho (hinojo), se sitúa al sur de la Isla, concentra la mayoría de la población y capitaliza la oferta alojativa (alrededor de 37.000 plazas), que se reparten entre hoteles, apartamentos y las llamadas quintas, mansiones de carácter colonial reconvertidas, testigos de la presencia británica.

La ausencia de playas, solo existe una en Porto Santo de 9 kilómetros de arena rubia, obliga a explotar los recursos terrestres, más allá del submarinismo y la observación de cetáceos. Una extensión de 15.000 hectáreas de bosque de laurisilva, el 22% de la superficie de la Isla, representa un espectáculo natural catalogado por la Unesco como Patrimonio Mundial, que sirve de entorno para el desarrollo de un turismo activo, con más de 200 rutas de senderismo que siguen el paso de las levadas, trazado de antiguos canales para el traslado del agua con más de 2.000 kilómetros, o la práctica de barranquismo, rapel o canyonig, aprovechando los espectaculares saltos de agua.

Un paseo en teleférico, a 500 metros sobre el nivel del mar rumbo al Monte, combina con el descenso en los tradicionales carros de mimbre, singularidad madeirense a la que se suman las bondades de su gastronomía y la excelencia de sus vinos.