La enfermera, fotógrafa y cooperante Isabel Rodríguez Vila busca romper el tabú social de la muerte en su ensayo "Cuando nos vamos, ¿a dónde vamos?", porque "saber que existe te hace vivir con una mayor intensidad", según explica en una entrevista con Efe.

Tras haber asistido a muchos de su seres queridos y enfermos en sus últimos momentos, Rodríguez Vila relata en primera persona sus experiencias, que le hicieron cambiar su percepción de la vida e, incluso, su concepto cristiano de la existencia.

"El espíritu no entiende de religiones, porque todas las religiones se centran en el amor y solo queriéndote y queriendo a los demás llevas a cabo tu meta en esta vida", reflexiona Rodríguez Vila, vicepresidenta de la Asociación Misión y Desarrollo para Goundi, una región africana situada al sur de El Chad.

La muerte en su presencia de una tía-abuela a los cinco años, a la que obligaron a besar "y estaba muy fría", o de su abuela a los 10 años, "que esta vez estaba muy caliente" le hizo comprender que a los niños, como a ella, les pueden traumatizar esos hechos, por lo que, a su juicio, la muerte tiene que dejar de ser un tema "tabú".

"Durante toda mi vida he tenido muchas ocasiones de enfrentarme a la muerte de mis seres queridos y he ido madurando desde pequeña, pese a que mis primeras experiencias fueran traumáticas", explica la autora.

"Con los niños puedes aprovechar el momento de la muerte de una mascota para explicarles que no podemos estar aquí eternamente, que todo tiene un principio y tiene un fin, para que lo vayan entendiendo poco a poco", comenta esta enfermera cooperante.

Pero el capítulo más impactante de este ensayo se centra en el fallecimiento en accidente de su hijo Óscar, a los 21 años, cuando ya era padre de un bebé, Arnau, un hecho que cambió la percepción de Isabel sobre la muerte y ante la que tuvo que comportarse como la mujer fuerte de la Biblia, ya que su marido y su nuera estaban "destrozados".

Tras asumir que escribir el capítulo de su hijo le ha servido "para llorar mucho", aunque hayan pasado ya 21 años, la autora explica que sus prioridades cambiaron desde entonces y que el trágico suceso le hizo comprender que no era la "reina del mambo", además de hacerle "crecer y vivir la vida con mayor intensidad".

"Me calma pensar que mi hijo se fue porque vivió muy deprisa y ya había hecho su papel en esta vida", reflexiona Isabel, para quien la presencia del alma de su hijo siempre está latente y les "ayuda", en ocasiones.

Isabel Rodríguez Vila relata que su marido, el cirujano Mario Ubach, presidente de la Asociación y Misión Desarrollo para Goundi (El Chad) tuvo que hacer allí una cesárea complicada y, pese a su inexperiencia ginecológica, visualizó de golpe toda la maniobra del libro y se sintió "ayudado" por su hijo.

Por las experiencias manifestadas por los enfermos terminales, Rodríguez Vila tiene claro que en las experiencias cercanas a la muerte (ECM), en las que las personas ven pasar toda su vida por delante, no hay tiempo sino que, por el contrario, "hay una paz infinita plena de belleza y amor".

"Vamos a otro sitio, a otra dimensión, en el que estaremos mejor de lo que aquí estamos", constata esta atípica enfermera, que no cree en el infierno, "ni cuando era muy religiosa" y que está convencida de que existe la reencarnación, una teoría que dice no está reñida con su fe.

"Ahora, estoy en mi ''año sabático religioso'', cultivando mi alma, pero sola", explica la autora de "Cuando nos vamos, ¿a dónde vamos", publicado por Círculo Rojo, su tercer libro solidario con la Misión de Goundi, después de haber publicado "Goundi, unas vacaciones diferentes" y "Descubriendo el corazón de la tierra" con la editorial Plataforma.

El doctor Mario Ubach y su mujer, Isabel Rodríguez Vila, se marcharon un verano hace veinte años a trabajar en la Misión de Goundi durante sus vacaciones y sustituir así al titular, para que descansara, pero les gustó tanto la experiencia que no han dejado de viajar allí.

En estas dos décadas han sido artífices de una Facultad de Medicina en Goundi con profesores europeos y alumnos nativos de El Chad, que tienen la obligación de no abandonar su país cuando acaben la carrera, además de impulsar un dispensario y un nuevo Centro de Salud.