Joan Arias, un jubilado de 70 años que cobra una pensión de 800 euros con los que mantiene a su esposa, a su suegra y a un primo desempleado al que ha acogido en su casa de Tarragona, confiesa que "el pescado es tan caro, y la carne también, que tenemos que comer legumbres, garbanzos, sopa, patatas y arroz".

Arias no es un caso aislado. La mitad de los ancianos atendidos por la Cruz Roja en Cataluña confiesa que no puede comer regularmente fruta, carne o pescado, y un 70 % está angustiado porque ve esta crisis como la más grave que han vivido nunca, según Anna Sabaté, responsable del Observatorio de la Vulnerabilidad, que ayer hizo público su último estudio sobre la afectación de la crisis a las personas mayores.

"Hace diez años estaba trabajando y pensaba que tendría una jubilación arregladita", explica el jubilado, que ha tenido que cambiar los hábitos alimentarios y al que tampoco le llega para comprar ropa nueva o arreglar la lavadora que se le ha estropeado.

Tras desprenderse de la mutua privada que ya no podía costearse, Arias padece ahora las listas de espera: "Estoy operado del corazón, y no podré pagar los medicamentos, cada vez más caros", ha dicho.

Está muy preocupado por el futuro de sus hijos: "Ver que mi familia pasa tanta necesidad -confiesa este anciano- me provoca mucha angustia".

María Cinta Falcó, de 68 años y beneficiaria del programa de alimentos de la Cruz Roja en Roses (Girona), ha visto cómo dos de sus cinco hijos han perdido su empleo en los últimos cuatro años.

Uno era contratista de obras y el otro albañil. "La crisis nos ha caído por sorpresa, y es más fuerte porque todo el mundo estaba acostumbrado a vivir bien", dice María Cinta, que, aunque recoge alimentos de la Cruz Roja, aún araña algunos euros para dar pequeñas ayudas "de 10 o 15 euros" a sus hijos, a los que invita a comer y cenar y comparte con ellos los alimentos benéficos.

Falcó, que cobra una pensión de viudedad de 615 euros mensuales y otra ayuda de 400 (la misma cantidad que paga por su hipoteca) porque tiene la tutela de uno de sus nietos, recuerda que "antes iba a la peluquería cada semana, también iba al dentista, y cambiar de gafas, de momento tampoco puedo".

Jordi Martínez, de 65 años, era el director técnico de una empresa textil y ahora es usuario del proyecto Andana de la Cruz Roja de Terrassa (Barcelona). "Yo siempre había vivido bien. Tenía un piso más bien lujoso, un coche, me permitía salir cada fin de semana, ir de vacaciones. Ahora las cosas han cambiado, un euro hoy representa mucho para mí", admite.

Sus penurias comenzaron cuando lo prejubilaron "con una pensión muy por debajo de mi sueldo habitual", recuerda.

Como tenía que ayudar a su familia, consumió sus ahorros, tuvo que vender su casa y se refugió durante seis meses en su coche porque le costaba reconocer que necesitaba ayuda. "No quería que los otros se dieran cuenta de que no tenía nada", reconoce.

Gracias al programa de ayuda a personas sin hogar de la Cruz Roja, Martínez ha podido salir de su atolladero y ahora vive en una habitación de alquiler y aún puede enviar algo de dinero a su familia.

Montserrat González, de 65 años, vive con una pensión de viudedad de 650 euros al mes, de los que 385 se van en el alquiler del piso donde vive sola en Vilafranca del Penedès (Barcelona).

"Cuando llega el día 10 o 12, voy al banco y sólo me quedan 20 o 30 euros para llegar al día 25, que es cuando cobro la pensión", explica González, que en los últimos dos años se ha cambiado cinco veces de vivienda buscando el alquiler más barato.