No es el siglo XIX ni estamos en California o Alaska, pero las aguas del río Pek, en el Noreste de Serbia, son el objeto del deseo de numerosos buscadores de oro que tratan de sacar de la arena unos gramos del preciado metal, siguiendo una tradición que se remonta cientos de años en el tiempo. "Puede ocurrir que encuentres una docena de pepitas. Nunca se sabe qué hay en el agua", declara Brana Ubavkic, lavador de oro en el río Brodnica, un pequeño y cristalino afluente del Pek, enmarcado por altos y frondosos árboles.

En su búsqueda, estas modernas víctimas de la "fiebre del oro" se encomiendan a la Muma Paduri, la "madre del bosque" que en la mitología local es el espíritu protector de la naturaleza. "Nuestros antepasados se dedicaban al lavado ya en los tiempos remotos, desde los romanos lo hacemos aquí, los libros lo confirman. Toda esta región, los alrededores, todo es aurífero, desde el Danubio hasta la frontera con Bulgaria", explica Ubavkic.

Aunque algunos de los buscadores trabajan por afición, la mayoría confía en dar con algún hallazgo que mejore su situación económica.

"Hay mucho paro. Quienes no tienen empleo trabajan todos los días, bueno, no todos, pero sí con frecuencia, porque siempre esperan encontrar algo y ganar algún dinerito", indica Ubavkic, a quien que otros lavadores llaman "el profesor".

En una jornada con mucha suerte, un buscador puede extraer de las arenas del Pek oro por valor de hasta 50 euros, aunque también suele ocurrir que terminen con las manos vacías. Pese a ese riesgo, y a que el trabajo es arduo y se realiza con técnicas y herramientas rudimentarias, la afluencia desde otras zonas de Serbia de buscadores empujados por la crisis económica y animados por los altos precios del oro ha crecido en los últimos tiempos.

Los vecinos de la zona cuentan que el trozo más grande jamás encontrado en la zona alcanzó los 120 gramos y que también ha habido hallazgos de piezas de 80 gramos.

El lavador limpia de piedras la porción del río que ha elegido para trabajar y llena de grava y arena unos cuencos anchos y cóncavos, que llaman "ispitak". Con mucha paciencia agita con ligeros movimientos circulares el contenido con agua. "Es un trabajo duro. Lo cavas todo y cuando encuentras unos granitos de oro, sigues buscando en ese lugar más detenidamente", explica Ubavkic, para quien "cuanto más cerca está el filón, el oro es más grueso".