EN EL BREVE territorio de los dedos de la mano, tengo un amigo de siempre, ahora jubilado de nuestra caja de ahorros y maquinista naval embarrancado, que podría competir en igualdad de condiciones con las amas de casa más veteranas del Chicharro. Poseedor de un inmejorable olfato para detectar el precio más barato del bubango o cualquier otra hortaliza, se patea las ventas del barrio con energía inusitada para obtener la oferta del día. Oportunidad que luego transforma en suculenta comida para acariciar el paladar de las tres mujeres que habitan su casa (esposa e hijas, porque mi amigo es monógamo de toda la vida).

Y es que mi apreciado Chano en eso del arte culinario le viene de lejos. Concretamente desde que ejerció su profesión de marino mercante, antes de anclarse en tierra de forma definitiva en su harén nuclear, rodeado de cariño permanente. Su etapa en una naviera del norte peninsular conviviendo con vascos, famosos por su pantagruélico apetito y conocimiento gastronómico, determinó que aprendiera a cocinar diversos guisos a cual más sabrosos. Y de ahí derivó en que tomara desde hace años, aún sin jubilarse, la decisión de ser el muñidor de los platos fuertes del día en su casa; si bien delegó el capítulo de la repostería a su santa esposa.

Dicho esto, sólo me queda convencerlo para que amplíe su radio de recorrido cotidiano y se acerque al establecimiento más cercano de esa cadena alemana, recién establecida, que amenaza con competir con ventaja, respecto a otras superficies, en el precio de los alimentos.

Espoleado por la propaganda, confieso que me acerqué el día de su inauguración al establecimiento inaugurado en Las Arenas. Y cuál fue mi sorpresa, ante la muchedumbre de noveleros como yo, que casi estuve a punto de dar media vuelta. Pero en última instancia se produjo el milagro de encontrar un hueco libre cerca de su entrada, con lo cual me adentré en el local después de esperar un tiempo apoyado en mi carro de combate (de la compra). Y a la señal de ¡adelante!, arremetí con tal ímpetu que chirriaron las ruedas como si tomara una curva peligrosa (que lo era). En primer lugar y pese a la buena voluntad de los empleados, era imposible circular por los pasillos debido a la congestión de tráfico comprador (bueno sería que lo regularan con pequeños semáforos). Desechando los primeros, por imposibles, torcí a la derecha esperando hallar un claro salvador junto a los lácteos. Y allí me detuve unos instantes para recuperarme del esfuerzo, pero sólo duró unos segundos porque una rústica de cara colorada casi me arranca la barba al estirar el brazo frente a mi cara para atrapar un pack de yogures, sin alcanzarlo. "¿De qué sabor lo quiere?", inquirí amablemente. "¡Del que sea", exclamó sofocada la maga, "no sea que me quede sin ninguno!".

Y cuando iba a proseguir mi aguerrido avance, una llamada del móvil me indicó que tenía que converger con mi contraria conyugal, a punto de perecer arrollada en otro pasillo.

Resumiendo, para no cansarles, el montante de lo que iba a ser una compra opulenta se redujo por la aglomeración a sólo 15 euros. Con lo cual enfilé con resignación la cola de la caja más próxima y me despedí hasta que la marea humana reparta sus energías en el resto de los establecimientos aún por inaugurar cuando esto escribo.

Hacía falta el revulsivo de esta nueva cadena de alimentación en Canarias, necesaria para generar la competencia razonable en precios, de por sí los más elevados de España, a fin de abaratarlos y hacerlos más asequibles a las depauperadas economías isleñas. Esto obligará a las cadenas rivales a contraatacar con mayor eficacia a la baja, y a las pymes a buscar nuevas fórmulas de permanencia, aprovechando el factor de su cercanía vecinal y su trato personalizado.

Sea como fuere, bienvenida sea esta nueva marca de supermercados a las Islas, con el deseo de que los precios de salida sean lo suficientemente diferenciales como para permitirse el mantenimiento de ese eslogan inicial de descuento.

La próxima vez, cuando la marea escampe, volveré con mi amigo Chano a sortear el atrayente canto de las sirenas de los pasillos, repletos de marcas blancas. Yo, además del carro, llevaré el sextante. Y mi amigo Chano se encargará del control de la maquinaria, para que no falte la fuerza motriz. Que ustedes lo compren bien.

jcvmonteverde@hotmail.com