Una pieza de baile, una copa y una invitación a ver su lugar de trabajo. Así es la historia de amor que Alicia y Darío, una maestra de Santa Cruz y un militar de marina argentino, comenzaron a escribir, casi sin querer, en mayo de 1992. Veinticinco años después, aún le quedan muchos capítulos.

Las primeras letras las escribieron en la Alameda del Duque Santa Elena, en una verbena que se celebraba por las Fiestas de Mayo. Claro que esa fue la primera de muchas casualidades.

Alicia y una amiga habían decidido esa noche acudir a una fiesta, pero bastante más alejada del centro de Santa Cruz: Barranco Hondo. Al llegar, la plaza estaba vacía, por lo que decidieron bajar hasta Candelaria, municipio que, por aquel entonces, estaba mucho menos desarrollado que ahora. En un pequeño local que estaba abierto les dieron la clave: el baile se había suspendido por la fiesta de Santa Cruz. Se tomaron una copa y emprendieron rumbo a la capital.

Para completar el contexto, cabe reseñar que por esas fechas el puerto capitalino estaba repleto de barcos que formaban parte de la Regata de Grandes Veleros, conmemorativa del V Centenario del Descubrimiento de América "Colón 92". Entre ellos, la fragata "Libertad", de la Flota de Mar de la Armada Argentina.

Alicia y su amiga, Tina, se encontraron con La Alameda repleta de marineros de todas las nacionalidades. "Nos reíamos de unos y de otros, de cómo vestían", recuerda Alicia. Entre ellos, y sin saberlo hasta ese momento, estaba el que iba a ser su amor: Alberto Darío López, cabo principal de operaciones de la "Libertad".

El joven militar la sacó a bailar y ella dijo que sí. "Como si hubiera sido que no", precisa, a modo de resumen de la poca importancia que le dio a ese primer momento. "Lo primero que pensé fue aquello de marinero, un amor en cada puerto", reconoce. "Le dije a mi amiga que nos fuéramos, que no me gustaba, pero seguimos bailando". Así hasta que él la invitó, primero a una copa, y luego a conocer el barco. "Y acepté. Aunque siempre con la mala idea. No me creía lo que me decía".

Superado el primer trance, se dejaron las direcciones y se emplazaron para dos días después en el cumpleaños de Darío. "Le compré un regalito -una pluma- con el dinero que había ganado en mi primer trabajo", recuerda Alicia. Pero la experiencia resultó un poco frustrante para ella.

Darío había salido a dar una vuelta a la Isla en coche con otros marinos, pues era el único que poseía el carné de conducir internacional. Y la aventura, con subida al cráter del Teide incluida, se extendió más de la cuenta. La espera se hizo eterna para Alicia.

Finalmente, el joven la invitó a cenar a un restaurante de la capital ya desaparecido. "Me llamaron la atención sus modales", precisa la maestra. Unos días después, Darío partió con la fragata. Aunque no pudieron despedirse porque Alicia trabajaba, no volvieron a perder el contacto.

"Me mandaba cartas de cada puerto en el que atracaban y cintas de casete con su voz contándome lo que hacía. Yo seguía el itinerario en un mapa". Así, durante varios meses, hasta que la fragata "Libertad" recaló en Las Palmas. Ese atraque marcaría un antes y un después en su relación.

La negativa de los superiores a que Darío abandonara Gran Canaria motivó que fuera Alicia la que decidiera viajar a la isla vecina. Lo hizo, junto a Tina, a pesar de los reparos de sus padres. Tal fue la preocupación de su madre, que incluso logró contactar con Darío a través del comandante primero de la nave. "Me asusté cuando me citó. No era normal", reconoce Darío, que se enroló en la marina argentina cuando tenía 17 años.

El encuentro de Las Palmas volvió a acabar con otra despedida, pero con una promesa de Darío: "Volveré a buscarte". Y lo hizo. En diciembre de 1993, un año y medio después de haberse conocido en La Alameda, el cabo principal de operaciones de la "Libertad" regresó a Tenerife a pasar las navidades.

Eso sí, no sin antes superar un trance burocrático que casi lo devuelve a Argentina. La Policía no creyó sus argumentos al llegar al aeropuerto de Los Rodeos y lo embarcó de regreso a Madrid. Solo la intermediación de familiares de Alicia, e, incluso, de la embajada argentina, lo salvaron. "En el cuarto donde me tuvo la Policía en Madrid se quedó el ramo de flores que le traía", bromea.

Unos meses más tarde, y aunque "todo el mundo" desconfiaba, Alicia y Darío hicieron los primeros planes para consolidar su relación. Solo había, a priori, una condición por parte de Alicia: "Yo para allá -Argentina- no me iba. No estaba acostumbrada a estar si mi familia". Se superó.

La boda llegó en enero de 1995, con Darío vestido de militar. "Ya llevaba catorce años en la Marina. No quería echarlo todo por la borda", asegura. Sin embargo, el amor terminaría siendo más fuerte que ese vínculo.

A la ceremonia de Tenerife le siguió otra en su tierra natal, Chicoana, en la provincia argentina de Salta, no sin superar antes las vicisitudes que les deparó el viaje: un temporal, aeropuerto cerrado, dificultades para encontrar una habitación de hotel, pinchazo de una rueda del taxi (remix) que los llevaba... "Llegamos reventados a casa. La tarta se estaba derritiendo", cuenta Darío.

El siguiente capítulo es más sencillo de contar. El marino se incorporó a la base militar que le correspondía al sur del país, donde debía finalizar el contrato que lo unía a la armada.

Mientras, Alicia regresó sola a la Isla, lo que generó ciertas sospechas entre los conocidos. Darío lo haría unos meses más tarde. Tras vencer los dos años de excedencia que había solicitado, se desvinculó de la Marina.

Hoy, con un hijo de 20 años, el exmilitar regenta un taller mecánico propio, y la maestra sigue ejerciendo, cuando le corresponde, en la escuela pública. Otros, sin embargo, no pueden contarlo así.