Entrar en el parque Cultural Viera y Clavijo, o lo que queda de él, como hizo EL DÍA esta semana -su ansiada rehabilitación ha vuelto al primer plano por la nueva promesa de fondos del Gobierno de Canarias y la respuesta del alcalde de Santa Cruz, José Manuel Bermúdez, de que "todo se ha cumplimentado ya"- equivale a descubrir un recinto en ruinas, literalmente cayéndose, con paredes desconchadas, el precioso Patio de los cipreses muy descuidado y sucio o el teatro Pérez Minik reducido a la placa con el nombre del intelectual "deshonrado". Si levantara la cabeza...

Johnny -vamos a llamarlo así-, caboverdiano, ejerce de improvisado portero para los visitantes en una mañana de intenso calor. Está entre la veintena de personas que viven en el interior del recinto. Su amplia sonrisa deja ver una dentadura tan blanca que contrasta con la negritud del resto de su cuerpo. Tras el divertido diálogo que acaba con un "¿fala portugués?" al que responde con un "síííí -así de largo-, claro que falo" permite el acceso al interior previa apertura de una puerta en la valla de aluminio.

La visión es dantesca porque el inmueble está bastante peor ahora que en la última visita. Quienes residen allí intentan adecentarlo como pueden, pero no es suficiente.

Tres humildes sillas, "cada una hija de su padre y de su madre", han sido colocadas en torno al patio y parecen invitar a la tertulia. De fondo un tendedero con algunas piezas de ropa, prueba de vida.

A la derecha, el Patrio de los Cipreses ya sin la cabeza de Viera y Clavijo, retirada en su día y ahora dormitando en algún almacén. Solo queda en el centro el pedestal como mudo testigo de la decadencia. A la derecha el teatro (?) Pérez Minik. La capilla y sus extraordinarias vidrieras traídas de Bruselas en 1902... Siguen allí.

Más suerte tuvo la Femme Bouteille (Mujer Botella) de Joan Miró, que estaba tirada dentro del parque. Escapó (menos mal) y se mudó a la cercana avenida de La Asunción, otro ejemplo de la huella en la ciudad del que fuera colegio, por donde pasaron muchas generaciones de chicharreros y, sobre todo, chicharreras.

Algo parecido ocurrió con el recuerdo escultórico dedicado al maestro Tarridas, autor del Pasodoble "Islas Canarias", objeto del vandalismo para indignación de su familia cuando estaba en el exterior del parque. Luego lo trasladaron a la sede de la Escuela Municipal de Música.

Ante esa terrible perspectiva solo quedaba el camino de la retirada. Despacito y sin ruido antes de volver a abrir la puerta de aluminio para contemplar el templete exterior. Un día fue escenario y hoy, refugio de ocupas y marco ideal para los grafitreros.

"Las administraciones se pasan la pelota y mientras tanto el edificio, cerrado y sin rehabilitar, está a punto de morir en una lenta agonía. Actúen rápido, antes de que no haya nada que salvar". Los que saben de esto lo aseguran.