Según quien la mire, las ciudadelas de El Toscal son una reliquia del pasado a conservar o a destruir. Este barrio es el único de Santa Cruz de Tenerife que aún conserva tres ciudadelas intactas y una destrozada, que ya tiene fecha prevista para desaparecer.

Sin embargo, no es tanto la ciudadela como su significado social e histórico lo que tiende a desaparecer. La primera pregunta es básica. ¿Qué es una ciudadela?

"La ciudadela es un tipo de vivienda colectiva, desarrollada por lo general en planta baja, constituida por un cierto número de habitaciones independientes entre sí, de dimensiones siempre reducidas, dispuestas a ambos lados de un callejón ciego de anchura y longitud variables según los casos, o en torno a un patio, que tienen común un único acceso desde la calle, con frecuencia velado, y casi siempre también los retretes y la cocina". Así comienza el libro "Las ciudadelas de Santa Cruz", de Ramón Pérez González.

Este tipo de construcción, que profileró en Tenerife a principios del siglo XX, está a punto de desaparecer. En El Toscal solo quedan tres ciudadelas en la calle Santa Marta, en la calle Santiago y en San Martín. El Plan Especial de El Toscal mantiene estas tres, pero prevé sacrificar las dos que se encuentran en Señor de las Tribulaciones. Desde Urbanismo se argumentó que "en el segundo tramo de la calle no existe" ya nada parecido a una ciudadela y que se prevé recuperar ese espacio para hacer una zona verde.

Para el historiador Álvaro Santana perder una ciudadela, por muy destrozada que esté, es una desgracia. "El barrio, tal y como está, es una verdadera joya histórica", afirma.

"Lo que fue un barrio marginal, al cual no entraban nunca hombres con zapatos de charol ni mujeres con enaguas almidonadas" hoy es el "centro histórico" de Santa Cruz y debe ser conservado, en opinión de este experto.

El Toscal se transformó en un barrio marginal en la segunda mitad del siglo XIX, como consecuencia de un éxodo masivo de campesinos a la ciudad. Ocurrió lo mismo que en otras ciudades o países con la Revolución Industrial, pero con la salvedad de que aquí lo que se produjo es la crisis de la cochinilla. "El oro rojo", explica Santana que lo llamaban. "En 1890, Tenerife era el principal exportador de cochinillla", resume. Este negocio floreciente hizo que muchos campesinos compraran más tierras y se hipotecaran con la vista puesta en ampliar sus negocios.

Sin embargo, la inversión de los tintes sintéticos truncó ese sueño rojo. A partir de 1881 las cifras de exportación de cochinilla "caen progresivamente hasta representar cantidades muy pequeñas al final de la centuria", explica Ramón Pérez González en su libro.

"De un año a otro pasan de toneladas de exportación a no exportar nada", apostilla Santana.

Esto provoca el éxodo masivo a la ciudad, propiciado también por el decreto de puertos francos de 1852, que hacía de lugares como Santa Cruz de Tenerife una ciudad con gran oferta de puestos de trabajo.

"Estos emigrantes va a los puertos no sólo para trabajar sino con la esperanza de dar el salto a América. Tienen pocos recursos y dinero", resume Santana.

Es ahí donde se conjugan los "intereses inmobiliarios" de unos pocos con "esta gran bolsa de población". De esa mezcla salen las ciudadelas, pero también las cuevas donde vivían familias enteras, como las del barranco de Tahodio, apostilla.

Así, en los primeros años del siglo XX, "ciudadelas o casas de vecindad, viviendas económicas dispuestas formando un pasaje abierto en ambos extremos y casas para obreros están profusamente representadas en los barrios de Duggi, de Los Llanos, de El Cabo y de El Toscal", relata Ramón Pérez en su libro.

"Las ciudadelas se han convertido en enclaves molestos a un vecindario que pide al Ayuntamiento la denegación de licencias para construir nuevos "focos de todas las enfermedades e infecciones", dicen y protesta al sentirse perjudicado porque hacen que "las casas próximas desmerezcan de su valor", relata este catedrático de la ULL.

Las suspicacias de los ciudadanos no carecían de fundamento porque las condiciones higiénicas de las ciudadelas, donde un gran número de familias compartía retrete y cocina, no eran buenas. De hecho, en 1893 se produjo un brote de cólera en El Toscal y otro más a comienzos de 1907, aunque "el Ayuntamiento trató de que la noticia pasara desapercibida", detalla Álvaro Santana.

De hecho, de esas muertes producidas por los brotes de cólera surgió la devoción al Cristo de las Tribulaciones, cuya acción milagrosa en una ciudadela provocó su cambio de nombre al actual: Señor de las Tribulaciones.

Nadie quería las ciudadelas ni a las personas que vivían en ellas. Y ese sentimiento parece que ha quedado en la memoria colectiva de los residentes en El Toscal, que todavía hoy se quejan de "la suciedad del barrio y de la desatención del Ayuntamiento", detalla el historiador.

Los únicos que no sólo las querían sino que, en algunos casos, construían más de una, eran los inversores. Se podría hablar de un temprano inicio de la especulación inmobiliaria. El catedrático Ramón Pérez González habla de "la baratura del suelo sobre el que se levanta" la ciudadela, pero también menciona "la baja calidad de los materiales empleados y la acumulación en un reducido espacio de un número considerable de habitaciones". Esto, concluye, "asegura a los inversores un elevado rendimiento de los capitales que destinan a edificar ciudadelas".

El catedrático se apoya en los testimonios de la época y en "las ampliaciones hechas en algunas levantando nuevos cuartos sobre los construidos, la envergadura de ciertos proyectos, las prolongaciones de los pasajes, la compra de ciudadelas con inquilinos y, por último, los casos de propietarios con varias de ellas".

Las exigencias que el Ayuntamiento de Santa Cruz hacía a los promotores de esta obra eran escasas: "colocar sifones de cierre hidráulico de barro cocido vidriado en fregaderos, sumideros, urinarios y retretes, además de necesidad de cierre hermético y ventilación de los pozos negros", según relata el catedrático de Historia de la ULL en su libro.

"No obstante, cada nueva ciudadela creaba un foco de hacinamiento donde peligraba la salud pública en ajustada correspondencia con el riesgo ante la enfermedad de las personas que albergaba", apostilló en su texto.

Las habitaciones de las ciudadelas tenían como única comunicación con la calle la puerta abierta en el muro exterior, "apenas suficientes para dos o tres personas, pero ocupadas por varias más carecían de aireación sana".

La novela "Chacayca" se refiere también a unas imaginarias ciudadelas que se parecen mucho a las verdaderas. "Son unas casas donde conviven varias familias que se ven forzadas a compartir la cocina, el patio, el retrete y la intimidad", describe Rafael Yanes Mesa.

Las ciudadelas, no obstante, no son una invención novelada, sino una parte de la historia que debería conservarse. Por saber cuáles son nuestros orígenes y porque se trata de "una arquitectura hermosa", según asegura el historiador Álvaro Santana. "Merecen todo el nivel de protección, tanto como La Concepción", opina.

Pero con las ciudadelas, de nuevo, se vuelve al viejo problema del barrio marginal de El Toscal. En toda la ciudad sólo se esfuerzan por mantener "los edificios más elitistas" y lo mismo ocurre en el barrio, donde los esfuerzos se han volcado en la Casa Siliuto y la Casa Pisaca. La memoria obrera, de nuevo, se oculta tras una casa tapón.