Mamelucos celebra treinta carnavales, tiempo suficiente para tener un estilo propio. Ellos, que junto a los desaparecidos Singuangos fueron lo más granado del género murguero en la década de los ochenta hasta inicios de los noventa, sufrieron una crisis de identidad cuando abandonaron su Casa del Miedo para rehabilitarla. Pasaron el desierto con ensayos en el colegio Echeyde y, desde entonces, se les conoce más por su fachada -sus disfraces- que por la calidad de sus repertorios.

Mamelucos contó tiempo atrás en el montaje musical con el mismísimo Carlos Mas, ingeniero de Sonido de gran reconocimiento a nivel nacional. Hoy esa tarea, salvando distancias, la asume Xerach Casanova, un mamelón que siguió la senda de su hermano, Richar Casanova, joya que pulió Manolo Peña cuando lo rescató de aquellos Trasnochados en vías de extinción. Junto a Xerach y Richar, Quique Vargas, otro escultor de la voz de la Casa del Miedo para sacar relieve de las letras que este año han hecho Antonio Ramírez, incombustible director y presidente; Nando Galván y Maxi. Resulta curioso que en el "staff" no figure Manolo Peña, que pasó a la historia con la calidad de sus letras para limitarse a actuar ahora de jefe de protocolo de cuantos visitan la sociedad. Cada año se espera mucho de Mamelucos, pero no llegan sino chispas, como la canción de la barriada. Quizás ya es momento de demostrar si han salido del desierto, con letras deslavazas, de humor facilón, para poner los pies en el suelo y demostrar que se acuerdan de cuando hacían grandes actuaciones. Deben arbitrar medidas para no ser simples ocupas del Carnaval y demostrar que, más allá de las críticas, son capaces de fajarse, y no interpretar un villancico de Toño o un pasodoble con la fuerza de un arrorró para arremeter contra "las ratas de dos patas".