Andrea Rodríguez llegó a El Toscal después de que se casó. En el barrio vivió con su marido y dio a luz a sus hijos. Actualmente con 74 años vive sola con una gata que se llama Niña, pero la pequeña pensión que recibe no le da para pagar el alquiler, el gas, el agua, la luz y la contribución, así como la comida.

Andrea Rodríguez duerme bajo un techo que amenaza con caérsele encima, las humedades son tantas que en algunas habitaciones han dejado al descubierto el bloque y la afectada une el papel pintado que un lejano día estuvo cubriendo las paredes con cinta de embalar.

Una vivienda humilde que es fiel reflejo de las casas toscaleras, las primeras que constituyeron este típico asentamiento capitalino.

La distribución del habitáculo es sencilla. Al entrar un pequeño recibidor donde Andrea tiene un par de sofás, un aparato de televisión pequeño y muchas fotos que le hacen compañía. A mano derecha, la habitación donde duerme y que no reúne las condiciones mínimas. Tras pasar a otra dependencia, se descubre una nevera y una pequeña mesa encima de la cual se pueden ver las medicinas separadas y distribuidas en pequeños vasitos.

Bajo la escalera que da a la azotea hay un lavabo. Ropa amontonada dentro de bolsas que sirven para esconder un muro húmedo que ha desnudado la capa de cal y cemento y ha descubierto el bloque. El baño sólo tiene una taza y una cisterna y junto al citado servicio una cocina donde sólo puede entrar Andrea a cocinar y fregar.

"Sólo quiero poder vivir en una pequeña casita donde no tenga problemas de humedades ni tenga miedo a que se me caiga el techo encima cuando duermo. Estoy sola con la única compañía de mi gatita y no tengo dinero, pero aunque he pedido una casa con una habitación, un baño y una cocina nadie me la da", dice Andrea al tiempo que cuenta todas las enfermedades que tiene y los sacrificios que ha tenido que hacer para sacar adelante a su familia sirviendo en dos casas.

"Aquí vivíamos mi marido, mi hijo, mis suegros, mi cuñado y la que se ha quedado soy yo. Lo único que pido es un sitio mejor para vivir. Me dicen que el ayuntamiento da ayudas, pero a mí no me han dado nada ni me han ayudado en nada", dijo a EL DÍA.

El Toscal ya no es lo que era, dice Andrea. "Ahora hay muchos robos y está sucio. No tengo miedo de estar sola porque Dios está conmigo y yo no le hago daño a nadie", recuerda a la vez que dice que cuando tenía 15 años cobraba 200 pesetas y de pequeña traía leche desde Tahodio -donde nació- a Santa Cruz, caminando todos los días. Andrea no sólo ha trabajado de lechera, sino en dos casas donde cuidó niños.