Hace unos cuantos años tuve un enfrentamiento verbal con un dirigente vecinal del barrio de Valleseco por causa de lo que todavía sigue siendo el proyecto de la segunda playa para la capital chicharrera. Con mi habitual escepticismo, forjado en la percepción de tantas promesas políticas falaces, desmontaba los argumentos del entusiasmado vecino, que manifestaba con orgullo la existencia de una maqueta expuesta en uno de los dos antiguos almacenes de carbón de la firma Cory ermanos que sobrevivieron al recorte de la ampliación de la avenida litoral y a la construcción posterior de la vía soterrada de comunicación portuaria.

A mi consejo de que guardara a buen recaudo la maqueta, por su fragilidad, para que la conservase como un reliquia, se sintió tan ofendido que en días sucesivos, en el lugar donde coincidíamos de forma casual, se negó a dirigirme más la palabra. Calculo que esta anécdota viene a coincidir con la etapa en la que una atractiva resultona llamada Cristina Narbona, por entonces flamante secretaria de Estado de Medio Ambiente, realizó el habitual viaje cuatrienal que practican los cabecillas destacados de los partidos nacionales para recolectar los votos a sumar con los peninsulares y asegurarse el poder, amén de reforzar las bases insulares y regionales de los de su propia ideología -es un decir- para obtener mayoría absoluta en las Islas, algo numéricamente imposible, o como mínimo tener los suficientes votos para conformar un gobierno de consenso, pillar poltrona y algo de poder.

Pues bien, una de las falsas promesas que arguyó en esa campaña electoral fue la de la liberación de la enredada madeja administrativa y la creación de la anhelada playa para la ciudad. Perdieron los socialistas las elecciones y subió el PP al poder con Aznar a la cabeza, y de nuevo el proyecto se sepultó en los anaqueles más extraviados de los diferentes organismos con poder decisorio. Volvieron al poder con el nefasto Zapatero, y la anteriormente secretaria de Estado fue elevada al ministerio de Medio Ambiente, suponemos que por sus méritos o por los apoyos de su actual pareja, Joseph Borrell. Sin embargo, no volvió a acordarse tampoco de materializar la playa y sus correligionarios se limitaron, una vez más, a mostrar planos y fotografías virtuales del proyecto.

Llegados a este punto, y pese a las alentadoras noticias del informe de impacto ambiental favorable, y de la intención de la Comisión de Defensa de la Playa de Valleseco de emplazar a los concejales populares para que se impliquen en solicitar la necesaria ayuda al Gobierno nacional, conformado por su propio partido, no cabe la menor duda de que hay que ser tan cauto como lo está siendo en sus declaraciones el presidente de la asociación de vecinos Siglo XXI: "Las botellas de champán las abriremos cuando las obras estén terminadas y nos podamos bañar".

Palabras que yo asumo en su totalidad, pues me daría por satisfecho si consiguiera vivir lo suficiente para ver materializada esta obra tan demandada y tan necesaria para una ciudad litoral que vive de espaldas al mar. Una ciudad carente de playa cercana, con la panorámica de un puerto hacinado de contenedores que tapan materialmente la perspectiva, y entorpecido por obras de adecuación inacabadas que dificultan enormemente la conexión peatonal con la ciudad para los turistas de los trasatlánticos atracados en estadía temporal, que tienen también que apechugar con las carencias de servicios sanitarios, horarios de comercio arbitrarios -y sin aparente solución- y el acoso de bandas de delincuentes habituales especializados en hurtos por el método del tirón o la distracción. Quejas, entre otras, que no dejan de argumentar en las oficinas de información turística o a los escasos representantes policiales que por allí patrullan, y que no convierten en denuncias formales por la falta de una ventanilla cercana que podría estar dentro de las instalaciones o a la salida del recinto portuario.

Son muchas las carencias, en suma, y más las necesidades para la optimización necesaria de una ciudad portuaria carente de playa adecuada y cercana, con unos muelles carboneros declarados BIC que tampoco pueden adecuarse para dar lucidez histórica al futuro complejo. De modo que, sin que sirva de precedente lo del champán, los brindis experimentales los seguiremos haciendo con gaseosa, que diría Eugenio D''Ors.