Tal día como hoy, cuando acaba de nacer la estación de invierno, hace seiscientos años, nuestro Teide tenía un aspecto muy diferente al actual. Lo que conocemos como un blanco paisaje considerado Parque Nacional de las Cañadas del Teide desde 1954, con miles de turistas haciendo sus fotos y pasando una jornada inolvidable en un paisaje más lunar que terrestre, fue un auténtico infierno frío. Nuestros padres guanches subían al comienzo de la primavera y retornaban a sus campamentos de base en estas duras fechas, pero el largo recorrido era de una terrible crueldad y se estima que dos de cada diez guerreros perdían su vida en este viaje. Falta de alimentos durante varios días, el fogonazo permanente del sol sobre un tapiz blanco, zonas de cañadas tan estrechas que les producían heridas en la espalda y el pecho al tratar de pasar y, lo más peligroso, las zonas donde utilizaban alfombrillas de piel de cabra para deslizarse con ellas sobre la nieve en pendientes de más de un setenta por ciento y que, con frecuencia, podían encontrarse en el camino con grandes piedras afiladas como cuchillos. De los guanches se ha escrito con frecuencia que vivieron en Tenerife como en un paraíso, mas no hay que olvidar que toda la zona de las Cañadas del Teide hace seis siglos era realmente misteriosa, dura y peligrosa. Tanto respeto producía que se consideró al impresionante volcán -3.718 metros sobre el nivel del mar- como un dios, pero no se pueden olvidar las leyendas como las que aseguraban que el demonio Guayota vivía en su interior, que era la puerta del infierno. Según este leyenda, Guayota, rey del mal, secuestró al dios Magec (dios de la luz y el sol) y se lo llevó a su hábitat infernal para retenerlo en una vida de torturas. Los guanches pidieron clemencia a Achamán, su dios supremo, y este, tras dura batalla en la que quedó como perdedor el maléfico demonio de Guayota, pudo salvar de la puerta del infierno del Teide a Magec y después, tras trasladar por los vientos un enorme conjunto de tierra clara mezclado con brumas y espuma marina, taponó el cráter. Todavía hoy se aprecia este milagroso y enigmático espacio de la cumbre, y es el llamado Pan de Azúcar, un último cono de color blanquecino que corona el adorado y temido Teide. No obstante, el terror de los guanches a las cañadas y al mismo Teide era tan fuerte que cuando entraba en erupción encendían enormes hogueras por las playas. Su finalidad era que, ante una escapatoria del demonio Guayota, creyera que toda la zona continuaba siendo su infierno y no les produjera más daño. Estos hombres que están representados en el cuadro de José Carlos son unos supervivientes que han logrado bajar de las blancas Cañadas del Teide, tal día como hoy, hace seiscientos años.
(periodista y escritor)