Carmen Delgado Delgado recibió a EL DÍA dándose un tinte en la peluquería del Parque Residencial Magnolia, en Tacoronte. Perfectamente peinada y maquillada, esta reconocida modista de la aristocracia villera echó un vistazo al periódico, lamentó la terrible muerte de un bebé en Fasnia y pidió un café solo para "reanimar" el cuerpo tras pasar una mala noche. No usa gafas ni de cerca ni de lejos, oye perfectamente, no le duele nada y no toma ninguna pastilla. Su mente sigue muy lúcida y su vocabulario es un homenaje a la lengua de Cervantes. Prefiere no dar consejos y quita hierro a su fortaleza. "Nunca pensé que cumpliría tantos años, que viviría más que mi madre", confiesa esta elegante mujer nacida en 1912.

Nació hace exactamente 106 años y cinco meses, el 5 de mayo de 1912. Cree recordar que vino al mundo en una casa de la calle Balcón, en el casco histórico de La Orotava. La niñez fue su etapa más feliz. No titubea cuando reconoce que nunca ha sido tan feliz como cuando jugaba al boliche en su calle.

Es hija de un chófer que empezó con un carruaje de caballos y fue de los primeros tinerfeños en sacar el carné para conducir uno de los primeros coches de la Isla.

Aprendió a coser con su madre. Amaba su trabajo, aunque reconoce que ser modista y costurera, con un taller que llegó a tener ocho empleadas, también era duro: "Trabajaba más que nadie, pero me gustaba y hacía falta para comer". Uno de sus dedos conserva la curva que marcaron las tijeras con las que cortaba telas.

José Delgado Albelo, maestro jubilado, es sobrino de Carmen. Ella lo llama Josefillo y asegura que fue como un hijo para ella. Él recuerda que su tía lo mandaba a llevar ropa a las ricas de La Orotava y así se ganaba "unas buenas propinas".

Los domingos iba a la plaza a pasear donde la rondaron muchos pretendientes, pero ninguna historia llegó a cuajar. Al preguntarle si no le gustó ninguno, responde socarrona que "a lo mejor" le "gustaban todos". Es consciente de que el amor la rondó y de que, de haber provenido de una familia rica, se habría casado con un viajero empedernido, de buena familia, con el que siempre tuvo amistad: "Era una época en la que se miraba mucho la bobería de ricos y pobres. Pero si hubiera tenido dinero...".

"No me casé porque no me apetecía. Estaba mejor soltera. Nunca fui yo muy casamentera", recalca. Se casó mayor (pasados los 50), en una ceremonia discreta ("Nunca fui muy amiga de espectáculos"), pero enviudó pronto.

Carmen fue una gran lectora: "Me gustaba mucho leer, tuve una buena biblioteca. Ahora no leo tanto, pero me sigue gustando. Y algo ha quedado de lo mucho que he leído. También tenía una letra formidable y muy buena gramática".

Viajó tanto que "casi no me quedó nada por ver en Europa, Venezuela y Egipto".

A punto de cumplir 106 años y medio, a Carmen Delgado no le gusta dar consejos. Cuando se le pregunta qué recomienda para llegar a su edad, responde con sinceridad: "Esto no es cuestión de decir, es solo que el cuerpo esté dispuesto a vivir".

"Vivir tanto no va en consejos, depende del cuerpo de cada uno. Yo no sé por qué he vivido tanto, la verdad. Éramos ocho hermanos, yo era la mayor y ya no queda nadie", explica. Despedirse de casi todos sus seres queridos y de prácticamente toda su generación y buena parte de las posteriores no ha hundido su ánimo: "Así es la vida; viene y se va; empieza y se acaba. A veces afecta y a veces no. Todo corre. Es natural. Es lógico. Así es el mundo, así es la vida".

No cree en recomendar dietas ni en sanas costumbres para alargar la vida. De hecho, sigue bebiéndose un vaso de vino en cada almuerzo, como hacía su padre; fue una amante de la mantequilla, que consumía en cantidades poco recomendables, y tampoco puede decirse que fuera deportista: "Trabajaba sentada muchas horas y luego me iba a mi casa a leer hasta tarde, así que no fui de caminar ni de moverme mucho", reconoce.

"Lo mejor que me ha dado Dios es la salud y el sueño. Veo bien de día y de noche, cosa rarísima a mi edad, y puedo decir que no tengo ninguna enfermedad", recalca. Nunca fumó, quizás porque vio a su padre sufrir y morir por el tabaco. Se sacó el carné de conducir, pero nunca le gustaron los teléfonos móviles, aunque sabe perfectamente lo que son.

Es consciente de que ha olvidado parte de su vida y no duda en responder a su sobrino: "Me estás nombrando a personas que están muy lejos de mi pensamiento".

Para ella, el mundo no ha cambiado tanto en 106 años. Pese a que vivió las dos guerras mundiales, la guerra civil española, la dictadura franquista y épocas de hambre y miseria, Carmen sentencia que su vida "no ha sido mala ni buena". Ahora se contenta con comer poquito y dormir bien. Y pasar los ratos viendo la televisión.

Enfrascada en recuerdos y anécdotas del pasado, Carmen reflexiona en voz alta, con más de un siglo a sus espaldas: "Cómo pasa el tiempo, ¿verdad?".