Hablando con Nereida Socas -Nera para sus vecinos de Santa Bárbara- se entiende la dimensión que la tradición de los cestos adquiere en estos pagos de la campiña ubicada en las medianías icodenses y que están comprendidas en la zona de El Miradero. Con un siglo de antigüedad, la Subida de los Cestos y Bollos de Santa Bárbara, de Icod de los Vinos, se consolidó hace décadas como una de las muestras más representativas de las costumbres populares. Más de 2.000 personas presenciarán hoy todo un protocolo de ofrendas que se transmite de padres a hijos, a nietos y a bisnietos; al menos en lo que a la memoria de Nera Socas se refiere, pues esta octogenaria vecina de Santa Bárbara recuerda que su bisabuela le habló de la tradición de hacer ofrendas a la imagen de la Santa como acción de gracias por las buenas cosechas. El acto es cada último sábado de agosto.

El recorrido tiene lugar desde las tres de la tarde, desde la intersección de la calle El Plano con El Durazno, en la zona de El Calvario, en el casco municipal. O sea la residencia y taller de Obdulia. Hoy serán doce las mozas (proveedoras en jerga local) las que porten sus bollos a la cabeza hasta la fachada de la parroquia de Santa Bárbara; tarea en la que son ayudadas por algún familiar, normalmente un hermano, el padre o un primo -o su novio- para en los momentos de descanso aliviar del peso del bollo a la moza. Cada bollo puede sobrepasar los 14 kilos de peso.

Los Bollos se confeccionan, desde hace más de 40 años, en los talleres de Obdulia. Antes los hacían monjas de clausura. Y son figuras hechas a base de azúcar, harina y gelatina. En realidad, el nombre que reciben es el de alfeñiques, que se "espichan" o pinchan en una caña que a su vez va clavada en una masa de harina sobre una base de mimbre entrelazado artesanalmente. A su vez, la base se ornamenta con flores de celofán, en la parte anterior, y cintas de colores en la posterior. Cada cinta lleva, por lo general, alguna leyenda relativa a la proveedora que lo porta, al año en que se realiza, o en ocasiones, algo relativo a la promesa que se está cumpliendo.

El coste de los bollos lo sufraga la comisión organizadora y la proveedora que lo porta.

Los cestos son ofrendas con elementos de la rica huerta del Miradero a modo de agradecimiento a la imagen de la Santa, como tributo por los frutos recolectados en la cosecha.

Un cesto de mimbre -o mimbre y caña- es la base sobre la que se van añadiendo piezas de fruta, piñas de millo, racimos de uvas, verduras, entre otras cosas, en ocasiones alguna botella de vino blanco de la zona también es elemento de decoración en la parte inferior del cesto.

La confección del cesto en los días previos a la cita anual es motivo de fiesta y jolgorio, de reunión de familiares, vecinos y amigos. El patio de la casa o el garaje suelen ser el taller de elaboración. Comenta Nera Socas que no entendería la fiesta de Santa Bárbara sin la Subida de los Cestos y Bollos. Que su bisabuela le inculcó la tradición y que para ella es motivo de orgullo que sus descendientes colaboren y participen para que no se pierda nunca. Su nieta llevará sobre su cabeza un bollo en esta edición; y está segura de que su familia, como tantas otras de estos pagos, continuará manteniendo viva la costumbre.

En la zona conocida como El Pino se juntan los cestos con los bollos, ques han sido llevados hasta ahí por vehículos todoterreno abiertos en su parte posterior. A partir de aquí, cada uno de los pesados cestos (los hay que pesan más de 80 kg) serán portados a hombros por dos hombres, hasta la entrada de la parroquia.

Al finalizar la subida, los cestos de frutas y demás productos de la rica huerta de la zona, son colocados en el arco de la fachada de la Iglesia, donde permanecerán hasta que culminen las fiestas, dando muestra de la tradición que los vecinos y vecinas de Santa Bárbara mantienen viva generación tras generación en honor de su venerada Santa Bárbara.

Mención especial merecen los amarres de los palos del arco de la fachada de la iglesia. Todo un arte del amarre y los nudos, ni un solo clavo, pues tampoco abundan palos como para perder alguno cada año como consecuencia de huecos ocasionados por clavos.