Dos no dialogan si uno no quiere. Y esto es lo que parece que ocurrió entre el Gobierno central y el de la Generalitat de Cataluña. Pero, ¿quién no quería?, ¿quién se sentaba frente a una ''silla vacía''?.

Si algunos de los acusados en el procés se lamentaron durante su declaración en el juicio de que para ellos era el "Estado español" el que no quería, hoy el que fuera delegado del Gobierno en Cataluña durante los acontecimientos anteriores y posteriores al 1-O, Enric Millo, le ha puesto nombre a la silla vacía: Carles Puigdemont.

Lo ha dicho casi al principio de una comparecencia como testigo que ha durado tres horas y 45 minutos descontando el receso del mediodía, en la que ha ofrecido algunos detalles de episodios de violencia que, en su opinión, se produjeron antes, durante y después del 1-O.

No había temas de los que Puigdemont quisiera hablar con él (mantuvieron varios encuentros), porque su único interés era conseguir el "beneplácito" para celebrar el referéndum, ha dicho Millo.

El exdelegado, al que no le ha importado que se proyectara su imagen a pesar de que el fiscal había pedido que no se publicitara, se ha mostrado como un firme defensor del diálogo, porque "las cosas hay que hablarlas", pero al otro lado "siempre" se encontró "una silla vacía".

Y no será porque Millo no intentó persuadirle -"dediqué mucho tiempo" a ello- porque intuía lo que podía pasar, el daño "irreversible" que se haría a Cataluña, pero Puigdemont era "tajante": "No puedo dar marcha atrás", le respondía.

De hecho, la "fase de lucidez" en la que Millo confiaba que entrara Puigdemont no llegó y Millo, con su capacidad de persuasión ya agotada, insistió con el entonces vicepresidente Oriol Junqueras, pero tampoco tuvo éxito.

Preocupado y estupefacto ha reconocido Millo que le dejaron esas conversaciones. También las que mantuvo con el conseller de Interior Joaquim Forn, que como acusado ha seguido la declaración con gestos a veces de desaprobación.

Gestos y murmullos que provenían también del público en la sala cuando Millo ha narrado algunos de los actos de violencia protagonizados contra las fuerzas de seguridad del Estado en aquellas fechas.

El "Fairy" que echaron en los colegios electorales para que los policías se resbalaran o la pintada de "Millo muerte" que tuvo que limpiar su hija han levantado murmullos que ha acallado el presidente del tribunal, Manuel Marchena.

"Eviten muestras de aprobación o desaprobación y sonrisas irónicas. No es una norma de cortesía, es una obligación legal", ha reconvenido Marchena al público, mientras Millo dejaba claro que no podía decir "mas que la verdad" cuando describía el clima de "acoso, hostigamiento y violencia".

Muy en la línea de la declaración ayer del ex número dos de Interior José Antonio Nieto, el exdelegado ha definido en una frase cómo vivió todo ello: "Era un poco el mundo al revés".

O como "sorber y soplar al mismo tiempo", un acción harto imposible de ejecutar, como él vio que era imposible encajar la voluntad que expresaba el Govern poco antes del 1-O: garantizar el referéndum e impedirlo a la vez.

Millo ha reconocido el derroche de "imaginación" de quienes quisieron llevar a cabo el referéndum. En un fin de semana sin precedentes, se ocuparon los centros educativos y sociales de forma "aparentemente inocente y espontánea" para todo tipo de actividades, hasta para "reflexionar viendo las estrellas".

Unas manifestaciones en un interrogatorio apenas sin interrupciones del fiscal, al que ha continuado uno más breve de la Abogacía del Estado y de la acusación popular hasta el turno de las defensas, que se han afanado en conseguir de boca de Millo datos más precisos de esos incidentes que el testigo describía e, incluso, nombres de sus fuentes de información.

Preguntas, por tanto, más incómodas y a veces en un tono que ha llevado a Marchena a insistir a todas las partes en que hagan preguntas que empiecen y terminen con una interrogación y no argumentativas, A uno de los abogados incluso le ha dicho que daba la impresión de que se estaba "careando".

Millo no ha perdido ocasión para recordar que es catalán y como tal, con 27 años además viviendo en Girona, conoce bien su tierra, en la que vive mucha gente pacífica que también acudía a las movilizaciones, como ha resaltado, y mucha otra que defiende la democracia. "Entre ellos, yo. Olé", ha dicho cuando le han citado algunas de sus declaraciones.

Pero otros catalanes, los que, como ha dicho un letrado de las defensas, constituyeron el "nuevo Estado" tras el referéndum, nunca se pusieron en contacto con él. "Considerarían que yo no era muy importante para ellos", cree Millo.

El 1-O fue "un día de estos que uno no olvidará nunca", ha aseverado el ex delegado del Gobierno. Un día que ha traído como consecuencia este juicio. Quizá tras él, o a lo mejor antes, en las dos sillas habrá alguien sentado.