Antonio Suárez Bujía ha pasado 42 veces por el quirófano por las heridas que le causó un camión-bomba detonado por ETA hace casi 28 años en Santurce (Vizcaya), un atentado aún sin esclarecer y quizá olvidado. Como lo están, lamenta, los miles de heridos, los grandes olvidados del sangriento historial de la banda.

18 de noviembre de 1990. Una fecha que jamás olvidará Antonio. Ni tampoco el escenario en el que dos compañeros de trabajo, dos policías nacionales de la novena unidad de reserva -ahora las UIP o antidisturbios- murieron al explosionar un camión-bomba cargado con 100 kilos de amosal y unos 200 de tornillería usada como metralla.

José Hernández Herrera, de 34 años, y Daniel López Tizón, de 40, murieron. Antonio, natural de A Coruña y en ese momento de 39 años, resultó herido muy grave, como también su compañero Isidro Villalibre Turrado.

Antonio es uno de los 15.000 heridos, como calculan algunas asociaciones, que ha dejado ETA. Son los datos que este policía, que no tuvo más remedio que jubilarse, traslada en una entrevista y que quiere contraponer con los 2.000 lesionados de la estadística oficial.

Más allá de poner sobre la mesa esta disparidad en los datos, esta víctima de ETA expresa cómo ha recibido con "cierta alegría" el anuncio de disolución de la banda terrorista, pero más que nada porque "ha sido vencida por el Estado de derecho".

Y aunque "los políticos últimamente parece que nos quieren hacer ver que los terroristas son los buenos y que aquí no ha pasado nada", Suárez Bujía cree que no debe hacerse "borrón y cuenta nueva" ni olvidar los más de 850 asesinatos que ETA deja en su historial.

No duda en afirmar que le importa "un pito" que la banda ni siquiera haya pedido perdón en su comunicado de disolución. De una organización terrorista "no se puede pedir nada", apostilla para decir a continuación: "Para perdonar están los curas y, por lo que parece, los políticos".

Tampoco tiene reparo alguno en reconocer que le puso de "mala leche" ver cómo quienes pusieron la voz al comunicado eran la presa Marixol Iparragirre Genetxea, Anboto, y el huido, "escapado" y "protegido en otro país" Josu Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera. Y no le gustó que en los medios de comunicación se les tratara como "históricos" miembros de ETA y no como "asesinos".

El atentado que apartó a Antonio de su trabajo es uno de los más de 300 que aún no se han juzgado. Unos 2.000 folios de lo que pudo ser una acción del comando Vizcaya "duermen" en la Audiencia Nacional porque "no hay pruebas suficientes" para determinar la autoría.

Sin embargo, las víctimas lo tienen claro. Los autores fueron Juan Carlos Iglesias Chouzas, Gadafi, y Juan María Ormazábal, alias Turko, fallecido en un enfrentamiento con la Ertzaintza en 1991. Hasta lo ha ratificado algún testigo.

"¿Que más pruebas quieren? Yo no me puse la bomba", añade esta víctima, quien se daría por satisfecha con que se juzgara a la cúpula que en ese momento dirigía ETA como responsable del atentado.

Una acción con un camión de butano un tanto "rara", ya que se produjo tras un partido de fútbol al que no tenía que haber dado seguridad la Policía Nacional porque correspondía en todo caso a la Municipal.

De hecho, según relata Antonio, él y otros compañeros no tenían servicio, se encontraban en el cuartel y fueron requeridos de urgencia para desplazarse al campo de fútbol del Santurce. Nada más terminar el partido, el camión-bomba explosionó al paso de las furgonetas de la Policía Nacional.

"Estaban esperándonos para matarnos", continúa Suárez Bujía, que en ningún momento perdió el conocimiento a pesar de "volar por los aires" y caer sobre un cañaveral recién cortado. Recuerda que echó mano de su arma, pero estaba destrozada.

Al llegar al hospital de Cruces, vio a su compañero Isidro y pudo preguntarle. Luego ingresó en la UVI -permaneció meses en esa unidad, también en Galicia- y no se enteró de la muerte de sus otros dos compañeros hasta una semana más tarde.

No ahorra elogios al buen trato que recibió de los servicios médicos de Cruces, en una época en la que las fuerzas de seguridad del Estado no es que fueran bien recibidas por una parte de la sociedad vasca, según recuerda Antonio.

Con una pierna destrozada de la que ha sido intervenido quirúrgicamente 42 veces y que no descarta finalmente perder, Suárez Bujía está jubilado desde 1992, ve a su compañero Isidro de vez en cuando ("está un poquitín mejor que yo", dice) y ya no tiene problema alguno en visitar el País Vasco.

Allí pidió destino porque había más plazas que para Madrid o Barcelona. Allí se formó policialmente y allí se desplazaba continuamente desde su Galicia natal aun a sabiendas de que era un destino peligroso. "Pero en eso no piensas", dice tajante.

Hoy se alegra del final de ETA, pero no quiere que España se olvide de los miles de heridos que dejó la banda ni de los muertos.

Y concluye: "Dignidad tengo. Memoria, me la intentan quitar". A Antonio le queda aún la esperanza de que se haga justicia.