Sí, hay romerías más antiguas, más multitudinarias, más vinculadas a leyendas y amplificadas por la tradición, los hábitos y la historia, pero Tegueste ha logrado algo innegable y poco analizado: desde hace mucho, y ayer se desarrolló la edición número 49, exhibe las carretas más espectaculares, meritorias, artísticas, curradas y dignas de una futura investigación etnográfica de todos estos paseos romeros que este municipio silencioso, vinícola y entrañable suele inaugurar. Y no solo en el calendario festivo tinerfeño, sino de estos ocho maravillosos terruños (La Graciosa incluida: qué menos).

Cada año se superan, pero ayer dieron un salto cualitativo. Hubo 24 carretas, una más que en la edición anterior, pero la clave es que, al menos en buena parte de las que abrieron la romería en honor de San Marcos Evangelista, los motivos elegidos, esos cereales convertidos en puzzles dignos del Museo del Prado y la imaginación aliñada de atrevimiento y sentido artístico multiplicaron al máximo la razones del elogio.

Como siempre, y tras el paseo del santo alrededor de la iglesia, la bendición del ganado, los tajarastes, la prevalencia sonora de los tambores y pitos herreños, acompañados de los imprescindibles bailes, y los más que célebres barcos teguesteros, abrió la comitiva la carreta de Pedro Álvarez. Desde ese momento, y convirtiendo los bombardeos en algo más que apetecible y demandado (qué contraste con otras bombas), 24 carretas se afanaron en repartir desde lo alto huevos duros, millo frito, pan con chorizo (casi todo embolsado), chochos y vino, aunque el bienvenido caldo se servía a pie de calle. Los asistentes, contentos, aunque más de uno se llevó un buen golpe en la cabeza u otras zonas poco reproducibles: puntería que tenían, vamos.

Eso sí, a muchos espectadores (al principio pareció que habría menos que otros años, pero luego se confirmó lo contrario) con un poco de sensibilidad artística, los ojos se le iban a esos increíbles paneles de cereales más que elaborados hasta el último milímetro, sin olvidar los motivos de buena parte de las carretas. Como la que le rindió tributo a El Hierro con una sabina rendida al viento en el año de la Bajada de la Virgen, encima con recreación al detalle con miniaturas de esa increíble fiesta de la isla de los bimbaches. También se iban los ojos a la carreta que recreó una típica guagua antigua que hacía el recorrido Tegueste-La Laguna, o las que evocaban motivos aborígenes y, más bien, paleolíticos universales, con la figura de la mujer como reclamo más que merecido.

Pero es que hubo mucho más: homenajes a los barberos y peluqueros, a los juegos infantiles (con un ajedrez de cereales con piezas en tres dimensiones simplemente impresionante) o al arraigo agrícola local que, si no en las 24 carretas, sí derrochó calidad más que sobrante en la inmensa mayoría.

Junto a ellas, parrandas, grupos de baile y magos más o menos organizados que, por supuesto y como siempre, luego alargaron al máximo, hasta la madrugada, la fiesta alrededor de la plaza, cercanías y en múltiples casas y bares.

Por allí tocó la guitarra un Santiago Pérez exultante y felicitado por recientes causas sentenciosas. Por allí pulularon infinidad de adolescentes, jóvenes, universitarios y otros más cercanos a pensar en si la pensión de les dará. El escenario junto a la plaza, como tantos años, reiteró con varias orquestas los sones más populares; las cantinas en torno a la iglesia mostraron el crisol sociológico, musical, de edades y psicológico que suponen estas fiestas y hasta se coló algún Guardia (de apellido) para risas de algunas.