La detención de un millar de personas en Francia -de ellas más de 700 en París, en muchos casos con carácter preventivo para evitar mayores problemas- y la estrategia de un dispositivo policial de excepción permitieron hoy limitar la dimensión de los disturbios, en el cuarto sábado consecutivo de protestas del movimiento de los "chalecos amarillos".

A la espera del recuento definitivo, hasta la media tarde local un millar de personas habían sido arrestadas en todo el país y, de las más de 700 detenidas en París, al menos medio millar se encontraban bajo custodia en comisaría, según la Prefectura de Policía.

Además, de acuerdo con un portavoz de Prefectura, hay contabilizados 55 heridos, de ellos tres policías, a causa de los disturbios.

Estas cifras se irán actualizando, pero están muy lejos de los cientos de heridos del pasado sábado en toda Francia, cuando se vivieron -especialmente en París- escenas de guerrilla urbana que han traumatizado al país y han dejado muy tocada su imagen exterior.

Ello se explica en gran medida por el despliegue de 89.000 policías y gendarmes (65.000 una semana antes), de ellos 8.000 en la capital, y que esta vez tenían la consigna de intervenir rápidamente contra los autores de altercados para impedir destrozos y que se levantaran barricadas.

Para eso, utilizaron cañones de agua a presión, gases lacrimógenos e incluso, por primera vez en más de cuarenta años en la ciudad, una docena de vehículos blindados de la Gendarmería.

Los primeros choques entre fuerzas del orden y manifestantes, con cargas y lanzamientos de gases lacrimógenos, se produjeron ya a primera hora de la mañana en la avenida de los Campos Elíseos, que era el principal punto de concentración de los "chalecos amarillos".

Pero los enfrentamientos más graves -con quema de coches o destrucción de mobiliario urbano para con él levantar barricadas- tuvieron lugar al ser dispersados algunos radicales en las zonas adyacentes, como la avenida Marceau o en torno al parque Monceau, así como en los Grandes Bulevares y cerca de la estación de Saint Lazare.

Con carácter preventivo, y tras la experiencia del vandalismo del pasado sábado, permanecía cerrada en esas zonas la mayor parte de los comercios, empezando por los grandes almacenes.

También estuvieron cerrados importantes monumentos y museos de París, como la torre Eiffel o el Louvre.

Además, desde primera hora de la mañana, 36 estaciones del metro y del tren de cercanía permanecieron clausuradas.

Fuera de la capital, también hubo altercados en otros puntos a lo largo y ancho del país, como en Burdeos, Toulouse, Marsella, Lyon o Nantes, donde alrededor de 2.000 personas marcharon hasta la Prefectura (delegación del Gobierno) antes de que la situación degenerara en enfrentamientos con las fuerzas del orden, que utilizaron gases lacrimógenos.

Al margen de las acciones violentas, los "chalecos amarillos" organizaron bloqueos o filtraron el paso de vehículos en decenas de lugares por todo el territorio francés, en particular en algunos puntos estratégicos de la red de autopistas, como en las dos principales entradas desde España.

La acciones organizadas en el peaje de Biriatou en el País Vasco en la A63 y en Le Boulou en la A9, junto al paso fronterizo por Cataluña, provocaron filas kilométricas.

Según el secretario francés de Estado de Interior, Laurent Núñez, por la mañana se había contabilizado a 31.000 personas en las acciones organizadas por los "chalecos amarillos", de ellas 8.000 en París.

Desde la oposición, el líder del partido izquierdista La Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, criticó al Gobierno por la estrategia "provocadora" de utilización por la policía de gases lacrimógenos y se preguntó retóricamente si "la consigna no era crear violencia".

A juicio de Mélenchon, la "muy fuerte" movilización de hoy pone en evidencia el "fracaso total de la campaña de desmotivación y de intimidación" del poder.

Aunque las protestas del movimiento de los "chalecos amarillos", llamados así por la prenda reflectante que llevan, comenzaron en contra de la subida de los impuestos al carburante -tasa anulada posteriormente por el Ejecutivo francés para intentar aplacar el malestar social- luego se ampliaron para quejarse por la pérdida del poder adquisitivo y demandar, incluso, la dimisión del presidente francés, Emmanuel Macron.