El líder ruso, Vladímir Putin, tomará mañana posesión de su cuarto y seguramente último mandato al frente del país, con el reto de sacar a Rusia del retraso económico sin modificar su agresiva política exterior.

Más de dieciocho años en el poder no han desgastado su gusto por la política ni tampoco su popularidad, pero, salvo que acepte reformar la Constitución -que prohíbe encadenar más de dos mandatos consecutivos-, los próximos seis años serán su última oportunidad de cumplir muchas de las promesas que ha hecho a los rusos.

La histórica victoria que obtuvo en las elecciones del pasado 18 de marzo, en las que fue respaldado por 56 millones de ciudadanos, le da margen para acometer reformas impopulares, pero como ha observado él mismo en su último discurso sobre el estado de la nación, el tiempo apremia.

Putin, que ha admitido que Rusia es un país "atrasado", con 30 millones de pobres y que sufre un "rezago tecnológico", se ha propuesto superar en seis años esos problemas y poner al país en la senda que debe llevarle a alcanzar a Occidente en riqueza y desarrollo tecnológico.

Para tan siquiera empezar el camino, deberá acometer dolorosas reformas que podrían socavar su hasta ahora inquebrantable popularidad.

Subir la edad de la jubilación, elevar la carga fiscal tanto a empresas como a ciudadanos, reducir el papel del Estado en la economía y dar mucha más libertad a la iniciativa privada, son sólo algunas de las reformas de las que lleva años hablando y que nunca pasan de las palabras.

Cuando concluya mañana en el Gran Palacio del Kremlin la pomposa ceremonia de investidura, una de las primeras actuaciones del nuevo presidente será proponer a su candidato al cargo de primer ministro, que deberá conformar el nuevo Gobierno.

Todos los analistas coinciden en que el actual primer ministro, Dmitri Medvédev, seguirá al timón del Ejecutivo pese a su gran impopularidad, por lo que tampoco se prevén grandes cambios en los principales ministerios.

Los medios han filtrado estos días que el influyente exministro de Finanzas, Alexéi Kudrin, -firme defensor de las reformas económicas y autor de algunas de las propuestas más liberales lanzadas en su discurso programático por Putin- ocupará un alto cargo en la estructura del poder.

Sin embargo, sus diferencias en el pasado con Medvédev apuntan a que será seguramente en la Administración del Kremlin, no en el Gobierno.

Lo tendrá muy difícil el líder ruso para no perder el último tren antes de que la revolución tecnológica que ya está viviendo el mundo deje a Rusia definitivamente en la cuneta.

Ha hecho muchas promesas para mejorar la vida de la gente común, de sacar a 30 millones de personas de la pobreza, pero no ha dudado en granjearse enemigos a diestro y siniestro en la comunidad internacional con su política exterior.

El discurso que pronunció ante el Parlamento poco antes de las elecciones -donde presentó a bombo y platillo una nueva generación de armas nucleares y se dirigió en tono amenazante a Estados Unidos y la OTAN- confirma que la política exterior del Kremlin no va a cambiar.

Ahí seguirán el conflicto en el este de Ucrania, el respaldo de Moscú a las fuerzas populistas de Occidente (que alimentan las acusaciones sobre su injerencia en procesos electorales), y como consecuencia, las sanciones económicas que lastran cualquier intento de que Rusia levante cabeza.

Porque según parece, lo que más le importa a los rusos y a su presidente es una nación "fuerte", capaz de plantarle cara a Estados Unidos, sin importar el coste económico de las aventuras geopolíticas en las que se ha embarcado el capitán de la gran nave a la deriva.