La periodista Laura Montoya se convirtió en la madrugada del pasado sábado en la voz de Mocoa cuando sus mensajes de voz rogando auxilio para la ciudad corrieron como la pólvora por las redes sociales y alertaron de la catástrofe por la avalancha, que ahora denuncia que fue una tragedia anunciada.

"Esto era una tragedia anunciada, se sabía que Mocoa se iba a sepultar, el Gobierno Nacional de Colombia omitió que acá no iba a pasar nada", denuncia Montoya en una entrevista en la que asegura que las administraciones local y regional eludieron su responsabilidad.

La comunicadora recuerda que hace alrededor de 60 años se produjo una avalancha similar, aunque entonces el número de muertos no fue tan alto, algo que numerosos vecinos recuerdan.

"Los alcaldes dieron permiso para construir en esas áreas (que arrasó la avalancha), ¿por qué si era área de riesgo?", se pregunta.

La zona más afectada está cruzada por tres ríos, el Mocoa, que corre de norte a sur, y el Sangoyaco y el Mulatos, que cortan la ciudad y desembocan en el primero.

Además, Montoya no para de reflexionar y dispara a las organizaciones ambientales, mientras vuelve a preguntarse: "¿A quién le correspondía emitir señales tempranas de alarma?".

Ahora reenvía su cuestión al Gobierno, que ha llegado con ayuda y prometido la reconstrucción de los barrios arrasados, y asegura que el dinero no compensa la muerte de cerca de 300 personas y la destrucción de las casas.

"Los muertos que se descomponen fueron los votos que los eligieron, ¿entonces por qué no se les prestó atención? Son desastres de la naturaleza pero se pudo mitigar el impacto si se hubiera hecho algo", afirma Montoya con rotundidad.

Sus gritos desgarradores pidiendo auxilio abrieron todos los noticieros radiales y televisivos de Colombia al día siguiente y eso permitió que el país supiese de la tragedia, pero ella no se encontraba trabajando en una cobertura en ese momento, sino que fue una afectada más que recurrió a sus dotes de comunicadora para desatar la alerta.

Todo comenzó para ella el viernes con el aviso de una amiga de que las torrenciales lluvias estaban inundando su apartamento, Montoya entonces pasó el mensaje a los equipos de emergencia y continuó su noche de manera normal.

"Yo estaba editando, con audífonos, no conocía la magnitud cuando alguien tocó mi puerta y me dijo: ''hay que evacuar porque se va a salir la quebrada''", recuerda.

Al salir a la calle se encontró con la imagen del apocalipsis; sus vecinos estaban fuera con capas y botas mientras el agua comenzaba a llevarse casas por delante.

Entonces volvió a entrar a su casa a ponerse unos zapatos y el aguacero se llevó computadores y muebles.

"Vi el teléfono como una herramienta, lo cogí, lo metí dentro de la ropa empecé a emitir audios pidiendo ayuda", agrega Montoya acerca del momento en que su voz comenzó a expandirse con mensajes desesperados pidiendo socorro que todavía hoy erizan la piel.

Como pudo, la periodista junto a 60 personas se encaramaron a una casa de tres pisos "que era la más alta de la cuadra y donde veíamos que nos podíamos salvar".

"Todo el mundo alrededor de la casa alta rompió los techos y nos pasamos ahí. Éramos alrededor de 60 personas, nos cogimos de las manos, comenzamos a orar y a los cinco segundos la casa se empezó a mover", rememora.

La respuesta a su rezo fue un derrumbe que los sepultó durante horas: "ese fue el antes y el después".

"Cuando me cayeron las paredes encima me quedó un rotito donde respiraba (...) debajo de mí había una niña, sentía sus gemidos su respiración y le decía ''mi amor, aguanta, resiste''", explica.

Cuando pasó el primer cúmulo de troncos y piedras comenzó a escuchar voces que buscaban a alguien. Pensó entonces que intentaban localizar a la niña y gritó pidiendo ayuda.

"Quitaron las rocas encima de mí y me sacaron del pelo, la niña tenía solo una manito fuera y por el estado de la mano era como halar un trapo. Empecé a decirle a la gente, saquémosla, abramos lodo", pero los supervivientes le dijeron que era mejor huir para salvar sus vidas ya que la menor había fallecido.

Entonces comenzó su penúltima odisea, la de hallar un sitio de reposo hasta el amanecer.

Ahora comienza la última, intentar salir adelante, vivir con el recuerdo y recordar a todo el mundo que se podía haber evitado la catástrofe.