No ha habido alharacas, ni siquiera una declaración oficial del llamado gobierno de unidad nacional libio sostenido por la ONU, necesitado de noticias de impacto que contribuyan a mejorar su reputación y avanzar hacia la legitimación que seis meses después de su formación no ha conseguido.

La derrota militar de la rama libia de la organización yihadista Estado Islámico (EI) en la ciudad libia de Sirte ha pasado tan de puntillas en Libia como lo ha hecho en la prensa internacional, que apenas ha dedicado unas pocas líneas a la caída del bastión más occidental de los fanáticos.

Las razones son principalmente tres, y dejan lugar escaso para el optimismo en un país quebrado, víctima del caos y la guerra civil, desde que en 2011 la OTAN contribuyera a la caída de régimen dictatorial de Muamar al Gadafi.

La primera está relacionada con la batalla misma y la forma en la que la Alianza de milicias del oeste de Libia, formada en mayo bajo los auspicios del gobierno de unidad y comandada por la ciudad de Misrata, ha realizado el trabajo.

Periodistas locales y algunos de los escasos extranjeros que han podido acceder en las últimas semanas a Sirte hablan de asesinatos extrajudiciales y otros abusos, además de torturas y maltratos a los prisioneros, incluidas mujeres y niños.

"En muchos casos se han violado las leyes de la guerra. Ha habido asesinatos crueles, como incendiar una casa con un grupo de hombres que se negaba a rendirse", explica uno de esos informadores locales.

"Es cierto que eran criminales y radicales, pero las milicias no debían ponerse a la misma altura", explica la fuente, que por razones de seguridad prefiere no ser identificada.

La segunda razón está vinculada al objetivo declarado de la guerra, que no era otro que acabar con la presencia del EI en un puerto que se halla a escasos 400 kilómetros de Trípoli y frente a la costa de Italia.

Fuentes de Inteligencia explicaron que la mayor parte de los líderes yihadistas lograron huir en los últimos meses, en particular a zonas desérticas del sur.

La mayoría comenzaron a abandonar la urbe natal de Al Gadafi en agosto, cuando la aviación de combate estadounidense se sumó a la ofensiva y varió el curso de una operación castrense hasta entonces varada.

El pasado sábado, el portavoz de la llamada "Tercera Fuerza", la poderosa milicia que domina las regiones del sur de Libia, confirmó que se ha decretado el estado de máxima alerta en la ciudad de Sebha y sus alrededores ante los indicios de que los yihadistas han comenzado a reagruparse.

En un comunicado, Mohammed Glaiwan, insistió en que la referida milicia, una de las numerosas que existen en el país, "está preparada para responder con contundencia a cualquier amenaza".

La tercera razón está ligada a la crisis política que padece Libia, un país escindido con dos gobiernos, uno en Trípoli apoyado por la ONU, y otro en el este (en Tobruk) que retiene la legitimidad internacional y que domina el oscuro mariscal Jalifa Hafter.

Hafter, un exmiembro de la cúpula militar que aupó al poder a Al Gadafi y que años después, reclutado por la CIA, se convirtió en su principal opositor en el exilio, aprovechó en septiembre la lucha en Sirte para hacerse con los puertos de Sidrá y Ras Lanuf, esenciales para la producción de crudo.

La semana pasada, nada más terminar la reconquista de Sirte, milicias islamistas aliadas de Misrata y la fuerza dirigida por el ministerio de Defensa adscrito al gobierno de unidad atacaron ambos puertos para tratar de recuperar el control de los recursos petroleros nacionales.

El ataque fue rechazado por las fuerzas de Hafter, a quien apoyan Rusia, Egipto y Arabia Saudí y que mantiene buenas relaciones con parte de la CIA que le reclutó en 1988, más proclive a políticas republicanas.

Odiado por Misrata, que le considera un criminal de guerra, el mariscal -que no reconoce al gobierno de unidad y se opone al plan de pacificación forzado por la ONU hace un año-, ha amenazado en varias ocasiones con proseguir con sus esfuerzos bélicos y políticos hasta llegar a Trípoli.

A esta "somalización" y "bantunización" de Libia se ha unido en los últimos meses el resurgir de grupos de nostálgicos del antiguo régimen, con la figura de Saif al Islam, uno de los hijos del tirano, a la cabeza.

Según diversos analistas, milicias del oeste y del sur del país se han puesto ya en contacto con Saif ante la debilidad del gobierno de unidad, la repulsión que les dan tanto Hafter como Misrata y la influencia que conservan los yihadistas, pese a perder Sirte, en un Estado fallido con poco que celebrar.