Si algo caracteriza a los políticos franceses es su longevidad, que permite a personajes defenestrados regresar tras un período de ostracismo. Inscrito en esa estirpe de ave fénix, Alain Juppé está a sus 71 años más cerca que nunca de alcanzar el Palacio del Elíseo.

Sin embargo, la fulgurante irrupción de François Fillon en la primera vuelta de las primarias del centro-derecha, en las que este último arrasó con el 44,1 % de los votos, le obliga a una hazaña electoral para lograr la victoria mañana en la segunda ronda y revertir los sondeos que le auguran una derrota.

El alcalde de Burdeos se ha colocado en la estela del más popular de los expresidentes franceses, Jacques Chirac -de quien fue primer ministro-, para tratar de llegar al único puesto institucional que le falta en su currículum.

Aunque no goza ni por asomo de la bonhomía que caracterizaba a su mentor, juega las bazas de su perfil institucional y de la moderación como avales para la carrera presidencial.

"Probablemente (sea) el mejor de entre nosotros". Con esa frase, que ha pasado a la historia política francesa, Chirac lo designó su heredero en 1994. "Para mí es casi un padre", le cumplimenta ahora Juppé cada vez que puede.

Si durante la campaña fue el perfecto "anti-Sarkozy", esta última semana encarnó el mismo papel para oponerse a Fillon, con una actitud ofensiva que le ha pasado factura.

Sus críticos consideran que, pese a un envoltorio amable, defiende ideas muy escoradas a la derecha, como las que sacaron a las calles a medio país en 1995, cuando trató de reformar el sistema de pensiones y la Seguridad Social.

Tildado como el "político ''vintage''", de poco le ha ayudado a sacudirse esa imagen anquilosada un cartel de campaña que parece más propio del siglo XX que de los tiempos que corren.

Pero, al menos de puertas afuera, Juppé no se altera. En los debates previos a las primarias optó por colocarse en un nivel superior, ajeno a las disputas entre el resto de candidatos, y entre las dos rondas se ha esforzado por diferenciar su proyecto del de su rival, que él critica por radical e irrealizable.

Si Chirac era la afabilidad en el cara a cara, Juppé es percibido como una persona fría e inmutable, a la que es difícil ver reír y con dificultades para acercarse al pueblo llano.

Esto siempre le ha irritado y por ello no duda en recordar sus años como concejal del Ayuntamiento de París en el multiétnico distrito XVIII de la capital, cuando recorría los barrios llamando a cada puerta.

Nacido en 1945 en Mont-de-Marsan, en las Landas, muy cerca de la frontera con España, se crió en el seno de una familia agrícola de clase media y muy pronto destacó en los estudios, lo que le llevó a pasar por todos los viveros de la elite política en París, como el liceo Louis-le-Grand o la prestigiosa ENA.

Tras hacer sus primeras armas junto a Chirac en la política municipal, su oportunidad le llegó de la mano de éste como ministro de Hacienda y portavoz del Gobierno, entre 1986 y 1988.

Al frente del Ministerio de Exteriores (1993-95), Juppé comenzó a ofrecer la dimensión de estadista que siempre se le había atribuido pero que nunca ha llegado a explotar.

Con la llegada al Elíseo de Chirac, en 1995, se convirtió en su primer jefe de Gobierno, pero casi de forma instantánea empezó a caer su popularidad, que se desplomó al intentar aprobar la reforma de la Seguridad Social.

Dos años después, los conservadores fueron derrotados por los socialistas en las legislativas anticipadas, lo que apeó a Juppé del cargo y le llevó a meditar su abandono de la política.

Acostumbrado a resucitar cuando muchos lo dan por muerto, regresó en 2002 para jugar un papel fundamental en la creación del gran partido de la derecha francesa, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), de la que fue elegido presidente.

Pero de nuevo sufrió una estocada con su inhabilitación durante un año para ocupar cargos públicos en 2004 por un oscuro caso de malversación de fondos.

En sus horas más bajas, se mudó a Canadá para dar clases en Montreal, aunque también allí sufrió la humillación de ser rechazado en una universidad por cuestiones de ética.

Juppé siempre vuelve. En 2006 se presentó a las elecciones municipales en su bastión de Burdeos, donde ya había sido alcalde durante nueve años, y desde allí transformó la ciudad y consiguió la plataforma necesaria para retornar a la palestra nacional.

"Número dos" del Gobierno de Fillon bajo la presidencia de Sarkozy, tuvo que abandonar el cargo al no lograr ser elegido diputado en las posteriores legislativas, antes de volver primero como ministro de Defensa y posteriormente de Exteriores.

Casado en segundas nupcias con la periodista Isabelle Bodin y padre de tres hijos, Juppé nunca ha ocultado su inclinación por las mujeres bellas y una tendencia irrefrenable al flirteo. Siempre, dice, sin rebasar los límites.