Israel mira con ansiedad a la vecina Siria, donde las protestas populares podrían forzar la caída de Bashar al Asad y abrir la puerta a un nuevo régimen que fortalezca la influencia de Irán en la región.

La dimisión hoy del Ejecutivo sirio pone en evidencia la creciente debilidad del régimen de Asad y abre la incógnita sobre quién moverá los hilos del poder en un país técnicamente en guerra con Israel y que reclama la devolución de la meseta del Golán, ocupada en la Guerra de los Seis Días de 1967.

La perspectiva más optimista es que el régimen baazista (que gobierna Siria desde 1963) diese paso a un ejecutivo democrático, secular y liberal que alejase a Damasco de Teherán y lo acercase a Occidente, facilitando el regreso a las negociaciones con Israel y la firma de un acuerdo de paz que minimice la amenaza de un nuevo conflicto armado.

En el otro extremo de lo posible está que la apertura democrática lleve al poder a los Hermanos Musulmanes y que estos potencien las relaciones con Irán y el apoyo a los movimientos islamistas y milicias de Hizbulá (en Líbano) y Hamás (en los Territorios Palestinos), aumentando su poder y capacidad militar.

"Siria puede evolucionar hacia una mayor implicación iraní, más abierta, más pública, o hacia lo contrario, una Siria más independiente de Irán", dijo Igal Palmor, portavoz del Ministerio de Exteriores israelí.

La llamada "primavera árabe" y el dominó de revueltas que sigue conmocionando la región ha sumido al Estado judío en una gran incertidumbre sobre su futuro en los próximos años.

Si a su alrededor "llegan a establecerse democracias, sería claramente positivo, tanto para los pueblos involucrados como para Israel", señala Palmor, que añade que el problema está en lo que pasará "hasta que se establezcan democracias estables, porque puede llevar mucho tiempo en países que nunca han tenido esa experiencia y, mientras tanto, puede haber escollos y violencia".

"La democracia no se hace en un día. Nos preocupa lo que puede ocurrir en el camino", agrega.

Por el momento, las revoluciones árabes han tenido al menos un efecto positivo para Israel: alejar el foco mediático y diplomático hacia los países de su entorno.

Con las miradas de todo el mundo concentradas en Trípoli, Saná, El Cairo, Damasco, Riad e incluso Amán y Manamá, nadie se acuerda ya de instar al primer ministro Benjamín Netanyahu a que explique por qué continúa estancado el proceso de paz con los palestinos y a alcanzar un acuerdo pacífico que le exigiría dolorosas concesiones territoriales.

Pero a medio y largo plazo la exigencia de cambio de los pueblos árabes, que ha ido tirando abajo fichas de un país a otro, va a redibujar el equilibrio de poderes en Oriente Medio y dar paso a un nuevo mapa que puede ser más o menos peligroso para el Estado judío.

Para el profesor Moshe Maoz, experto en islam y Oriente Medio en la Universidad Hebrea de Jerusalén, uno de los peligros inmediatos de los cambios en Siria es que "Asad trate de desviar la atención e inicie una acción agresiva contra Israel, quizás a través de Hizbulá o Irán", aunque lo considera "una posibilidad remota porque una guerra entre Siria e Israel significa la destrucción de Siria".

"Asad va a luchar como un león, hasta el final, quizás como Gadafi", y puede que supere la crisis porque "no es totalmente odiado" y, además, cuenta con el apoyo de los mandos del Ejército, que forman parte, como él, de la minoría alaui (un 10% de la población siria), opina.

Los Hermanos Musulmanes, por otro lado, tienen influencia y control de miles de mezquitas en todo el país pero, precisa, "pueden no ser suficientemente fuertes para hacer la revolución, porque hacen falta divisiones y armas, que no tienen".

Además, según Maoz, al contrario que en otros países de la región, en Siria "son más pragmáticos y moderados" y "muchos son intelectuales que conocen Occidente".

Pese a la ausencia de datos oficiales, Maoz calcula que una quinta parte de los sirios son islamistas, otro tanto liberales y "en medio hay todo tipo de opiniones diferentes".

La incertidumbre y el riesgo de que los cambios en los países vecinos sean para peor han despertado en Israel los reproches por la incapacidad de los sucesivos gobiernos de alcanzar la paz con Damasco, con los palestinos y con el mundo árabe e islámico aceptando la Iniciativa de Paz Árabe de 2002.

"Hemos perdido una oportunidad", lamenta Maoz, "ahora va a ser más difícil hacer la paz con Siria. Bashar dice que quiere la paz en Oriente Medio, y lo dice de verdad, y es mejor trabajar con el diablo conocido...".