El cocinero Karlos Arguiñano, el más veterano de los chefs televisivos, reivindica la "alegría" de cocinar y el placer de la gastronomía, sin perder de vista la salud, sobre todo en las edades más tempranas: "Un niño bien alimentado está preparado para jugar, para estudiar, para amar".

Arguiñano ha lanzado, de la mano de la editorial Planeta, un nuevo libro de cocina y recetas, "La alegría de cocinar", el cuarto consecutivo de esta serie, que esta vez incorpora explicaciones sobre usos y técnicas básicas de cocina, además de más de 200 recetas.

En esta ocasión ha elegido para presentar el volumen la escuela de hostelería Aiala, que fundó hace 20 años con la intención de que esos chavales de Zarautz que suspendían en el colegio y llegaban a casa de madrugada "con los ojos rojos" tuvieran una salida profesional que les garantizase un futuro. "Y no se apuntó nadie de Zarautz", bromea.

En cualquier caso, sostiene con orgullo que no creó la escuela para ganar dinero, sino para "devolver a la hostelería" lo que la hostelería le dio a él.

Con once nietos a su alrededor, Arguiñano insiste, en una entrevista con EFE, en su "guerra contra la obesidad infantil", que requiere apostar por una alimentación saludable para los más pequeños y reducir lo más posible los hábitos sedentarios.

"Un niño con sobrepeso tiene problemas, no es feliz. Un chaval en la pubertad, con 20 kilos de exceso de peso ni puede jugar, ni se siente bien, ni le miran los chicos y las chicas", lamenta el restaurador guipuzcoano.

Arguiñano quiere que los niños crezcan "bien alimentados, en buen ambiente y si es al aire libre, mucho mejor". Asegura que hay estudios que confirman que los chavales que pasan más horas al aire libre, "viendo los árboles, las piñas, los que van a buscar chirlas y lapas", tienen mejores resultados académicos.

El cocinero vasco reivindica volver a las verduras y a las legumbres, que entiende que se están dejando de comer, lo que califica de "horror".

Lo que no le gusta es ver a niños de 9 y 10 años cocinando platos de alta cocina, como sucede en algunos programas de televisión, ya que supone "demasiada presión".

"Una cosa es que hagan galletas el domingo por la tarde con la abuela o la madre, pero que estén haciendo espumas de jengibre para unos muslos de pintada me parece exagerado", añade el cocinero, quien lamenta que algunos programas buscan "la lágrima de la madre o de la abuela" y son más "realities" que espacios de cocina. "Es justo lo contrario de lo que hago yo".

Sin embargo, se felicita de la proliferación de programas de gastronomía en la televisión porque "está bien que la cocina esté de moda", lo que implica que "a la gente le preocupa la comida".

Para quienes lo hacen se dirige su nuevo libro, que contentará tanto a los que ya tienen cierta experiencia en la cocina como a los que no han cocinado nunca.

"He añadido consejos útiles de cocina y técnicas básicas que les van a venir muy bien: cómo limpiar bien una alcachofa, una lechuga, un puerro, cómo pelar un tomate con un pelador o cómo hacer un tomate escaldado", explica.

Y hacerlo con "alegría", porque cocinar "no tiene que ser complicado, tiene que ser un momento bueno": "Normalmente cocinas para tus seres más queridos, tus ''aitonas'' (abuelos), tus hijos, tus nietos, más importante que eso no hay nadie en la vida. No hay futbolista, ni tenista, ni baloncestista, ni explorador que supere eso, lo más importante en la vida es la familia".

El libro parte con una tirada de 20.000 ejemplares, aunque de anterior volumen editado por Planeta "Sabores de siempre", se vendieron 80.000 copias.

Arguiñano echa la vista atrás y, después de más de 6.000 programas de televisión y más de 50 libros editados, se asombra de haber hecho "un millón de cosas más de las que pensaba que iba a hacer de pequeño", cuando suspendía en el colegio y le decían que "nunca haría nada".

Recuerda que, tras estudiar oficial industrial y trabajar en la empresa de construcción de ferrocarriles CAF de su localidad natal, Beasain, ingresó en la escuela de cocina de Luis Irizar, en el mismo curso que otros ilustres como Pedro Subijana y Ramón Roteta, y se le abrieron las puertas del futuro.

"A Irizar le debemos mucho todos los que estuvimos allí. Había estado en el extranjero, hablaba idiomas y cocinaba como los ángeles. Era un fenómeno", recuerda.