Al "Sinatra del fado" no le prohibieron actuar tras su aneurisma, porque, de hacerlo, Carlos do Carmo habría muerto de pena, pero le redujeron la dosis a veinte conciertos por año y, en la selecta gira de su 50 aniversario artístico, el mayor fadista de Portugal trae mañana a Madrid su "canto del alma".

"Yo he escuchado fado en el vientre de mi madre", dice en una entrevista el hijo de la no menos célebre Lucília do Carmo. De ella aprendió que hay una "ética", que este estilo no debe cantarse con trampas ni bromas, aunque haya quien lo intenta.

Para él, es una "expresión de la persona" que lo interpreta, también de poesía, "algo viejo, viejo, viejo, que puede ser nuevo, nuevo, nuevo".

"Considero a Frank Sinatra el mayor fadista que he conocido en mi vida. Si se le escucha cantar el mismo tema en discos diferentes, grabados en distintos sitios y en diversas circunstancias, se da uno cuenta de que es un fadista, porque siempre la reinventa", explica sobre el que considera su "ídolo", su "maestro" y una figura "imbatible".

Su currículum no le va a la zaga, con más de una veintena de discos, entre ellos, "Um Homem no País" (1983), el primer CD editado en Portugal, otra razón más por la que su vida artística está tan profundamente imbricada con la historia musical del país.

En el último, que estará en la calle en otoño, ha hecho compendio de su carrera reuniendo a sus "niños y niñas", los fadistas surgidos en los últimos 15 años, como Mariza o Carminho, que le hacen ser optimista sobre el futuro del estilo.

Dice que el fado es para él una cosa muy seria, pero en realidad todo comenzó de una forma casual, como aquella grabación que hizo de niño en un acetato que aún conserva y que pone a sus nietos de cuando en cuando.

De joven se fue a Suiza a estudiar idiomas y hostelería. En eso estaba, cuando la temprana muerte de su padre le obligó a regresar para ayudar a su madre en el negocio familiar, una casa de fados. Él ayudaba a regentarla, lejos del escenario, pero un día, medio en broma, sus amigos le propusieron cantar.

"No imitas a tu madre", recuerda que le dijeron, y eso le llegó muy dentro.

En 1964 inició su carrera en solitario, hasta convertirse en uno de los principales valedores del fado y de su declaración como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

"Intento dar al fado un poco de todo lo que me ha dado a mí", dice.

Entre esos momentos, destaca uno reciente: su concierto en el Monasterio de los Jerónimos de Belém, en Lisboa.

"Fue una noche inolvidable, muy bonita, con un sonido maravilloso, unas luces muy especiales y un público que quería escucharme. Recuerdo que no había viento y que en el cielo volaban gaviotas. Fue algo increíble", rememora.

Esa es la medicina que conserva su alma -"gracias al escenario, no he gastado ni un euro en psiquiatras", presume-, ahora que en el cuerpo empiezan los achaques.

Hace 13 años sufrió un aneurisma, se sometió a tres operaciones y los médicos le recomendaron bajar el número de conciertos de 100 a 20 al año.

"Fue una lección de humildad, esa certeza de que vamos a morir. Nos damos demasiada importancia y no somos tan importantes", reflexiona.

Así las cosas, escoge muy bien cada una de las 20 citas prescritas. Mañana, dentro de Los Veranos de la Villa, y con Carminho como estrella invitada, le toca Madrid, una ciudad a la que, asegura, llega siempre con "el corazón de fiesta".